Full text: Tomo 2 (2)

hir a la casa de los Campos Elíseos, y 
az que yo salga de aquí sin que me 
Vean. 
Maximiliano bajó la cabeza, y obe- 
deció como un niño. 
XLV.—La partición. 
En la casa de la calle de San Ger- 
Mán de los Prados, que había escogido 
Para su madre y para sí Alberto de Mor- 
Cef, el primer piso estaba alquilado a 
Xan personaje misterioso. + 
Era un hombre a quien el conserje 
Do había podido nunca ver la cara, en- 
trase o saliese, porque en el invierno la 
Cubría con una bufanda encarnada, co- 
Mo log cocheros de casas grandes que 
CSperan a sus amos a la salida del es- 
Pectáculo, y en verano se sonaba siem- 
Pre precisamente en el momento de pa- 
far por la portería. 
Preciso es decir que, contra las cos- 
tambres establecidas, a aquel vecino 
Madie le espiaba, y que la noticia de que 
“ra un gran personaje que tenía bastan- 
[te poder, había hecho respetar su incóg- 
Mito en sus misteriosas apariciones. 
Sus visitas eran ordinariamente fijas, 
Uinque algunas veces se adelantaban o 
tetardaban ; pero casi siempre lo mis- 
Mo en invierno, que en verano, a las 
Matro de la tarde tomaba posesión del 
Marto, y jamás pasaba en él la noche. 
La. discreta criada, a la que estaba 
“onfiado el cuidado de la habitación, en- 
“endía la chimenea en invierno a las 
es y media, y a la misma hora en ve- 
Mino subía helados y refrescos. 
Como hemos dicho, a las cuatro llega- 
da el misterioso personaje. 
Veinte minutos después se paraba un 
“óche a la puerta de la casa, y una mu- 
lér vestida de negro o de azul muy obs- 
Wo, pero cubierta siempre con un es- 
So velo, se apeaba, pasaba como un 
"elámpago por delante de la portería, y 
ba, sin que se sintiesen en la escalera 
Us ligeras pisadas. 
Jamás le preguntaron a dónde iba. 
Us facciones, como las del caballe- 
0, eran perfectamente desconocidas a 
ls guardianes de | ! ; 
m lanes de la puerta, conserjes 
odelos, solos quizá en la inmensa co- 
Mdía de porteros de la capital, capa- 
8 de semejante discreción. 
EL CONDE DE MONTECRISTO 
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Inútil es decir que jamás pasaba del 
primer piso, llamaba a la puerta de un 
modo particular, abríase ésta, se cerra- 
ba en seguida herméticamente, y he 
aquí todo. 
?ara salir tomaban las mismas pre- 
cauciones que para entrar. 
La desconocida salía la primera, cu- 
bierta siempre con el velo, y tomaba 
el coche, que desaparecía tan pronto por 
un lado como por el otro; a los veinte 
minutos bajaba el desconocido cubier- 
to con su bufanda o tapándose con el 
pañuelo. : 
Al día siguiente al en que el conde 
de Montecristo hizo la visita a Dan- 
glars y se enterró a Valentina, el habi- 
tante miterioso entró como a las diez 
de la mañana en lugar de las cuatro de 
la tarde. 
Casi al momento, y sin guardar el 
intervalo ordinario, llegó un coche de 
alquiler, y la señora cubierta con el ve- 
lo subió rápidamente la escalera. 
La puerta se abrió y se cerró; pero 
antes que estuviese del todo cerrada, la 
señora había exclamado : 
—¡Oh Luciano! ¡oh amigo .mio! 
De modo que el conserje, que sin 
quererlo había oído aquella exclama- 
ción supo por primera vez que el inqui- 
lino se llamaba Luciano; pero, como 
era un portero modelo, se propuso no 
decirlo ni aun a su mujer. 
—Y bien, ¿qué hay, amiga querida? 
—respondió éste, pues la turbación y 
prisa de la señora le habían hecho co» 
nocer quién era—, hablad, decid. 
—¿ Puedo contar con vos? 
—Ciertamente : lo sabéis. ¿Pero qué 
hay? Vuestro billete de esta mañana 
me ha causado un cuidado terrible : la 
precipitación, el desorden de vuestra 
carta ; vamos, tranquilizadme, o acabad 
de espantarme de una vez. ¿Qué hay? 
—¡ Luciano, un gran acontecimien- 
to! — dijo la señora fijando en él una 
mirada investigadora—. M. Danglars 
se ha fugado anoche. 
—;¡ Danglars! ¿Y adónde ha ido? 
—Lo ignoro. 
—¡ Cómo! ¿Lo ignoráis? ¿Conque es 
para no volver más? 
—1 Sin duda! A las diez su carruaje 
le condujo a la barrera de Charenton : 
allí encontró una silla de posta, subió
	        
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