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EL CONDE DE
sado? ¿Os atrevéis a dar a vuestros
conciudadanos el espectáculo de una
incorrección que no tiene igual en una
época tan relajada ?
Diez personas se apresuraron a acer-
karse al procurador del rey, que, me-
dio aterrado, permanecía en su asien-
to; ofreciéronle consuelos, procuraron
animarle y protestaron de su celo y sim-
patías.
Decían. que una mujer se había des-
mayado : hiciéronla respirar varias sa-
les y se repuso.
Durante el tumulto, Andrés habia
vuelto la cara, sonriéndose hacia la
asamblea, y apoyando una mano en se-
guida en el respaldar del banco y en la
postura más graciosa ;
—Señores — dijo— : no permita Dios
que procure insultar al tribunal y dar
un escándalo inútil en presencia de tan
honorable reunión. Me han preguntado
qué edad tengo, y he respondido; de
dónde soy, respondo: mi nombre no
puedo decirlo, porque mis padres me
abandonaron. Pero puedo muy bien,
sin decir mi nombre, puesto que no ¡o
tengo, decir el de mi padre, y lo repito,
se llama M. de Villefort, y estoy pron-
to a probarlo.
Habla en el acento del joven tanta
verdad, tantas convicción y energía, que
redujo el tumulto al silencio, Las mi-
radas se dirigieron todas en el momen-
to al procurador del rey, que conserva-
ba en su asiento la inmovilidad de un
hombre que el rayo acaba de convertir
en cadáver.
—Señores — continuó Andrés exi-
giendo el silencio con el gesto y con la
voz—, 0s debo la prueba y la explica-
ción de mis palabras.
—Pero... — dijo el presidento irrita-
do — habéis declarado en la instruc-
ción llamaros Benedetto, habéis dicho
que erais huérfano y natural de Cór-
cega.
—He dicho en la instrucción lo que
me ha convenido decir, porque no que-
ría que se debilitase, lo que no podía
menos de suceder, el eco solemne que
quería dar a mis palabras, Ahora os re-
Pito que nací en Anuteuil, en la noche
del 27 al 28 de septiembre de 1817, que
Soy hijo del señor procurador del rey
Villefort, ¿Queréis saber los detalles?
MONTECRISTO 265
Os los contaré. Naci en el primer piso
de la casa número 28, calle de la Fon-
taine, en una habitación colgada de da-
masco encarnado; mi padre me tomó
en los brazos, diciendo a mi madre que
estaba muerto; me envolvió en una
toalla marcada H. N., y me llevó al
jardín donde me enterró vivo,
Los asistentes temblaron cuando vie-
ron crecer la seguridad del acusado con
el espanto de M. de Villefort.
—¿Pero cómo sabéis esos detalles?
—preguntó el presidente.
—Voy a decíroslo, señor presidente.
En el jardín en que mi padre acababa
de sepultarme, se habia introducido
aquella noche un hombre que le odia-
ba mortalmente y quería vengarse del
modo que lo hace un corso. El hombre,
que estaba oculto, vió a mi padre ente-
rrar algo, y le dió una puñalada por de-
trás cuando estaba a la mitad de su ope-
ración ; creyendo en seguida que lo que
había ocultado era un tesoro, abrió la
fosa y me halló vivo aún; ese hombre
me llevó al hospicio de los expósitos,
donde me inscribieron con el núme-
ro 37; tres meses después, su cuñada
hizo el viaje de Rogliano a París para
venir a buscarme, me reclamó como
suyo y me llevó consigo. He aquí por
qué, aunque he nacido en Auteuil, me
crió en Córcega.
Hubo un momento de silencio, pero
tan profundo, que se hubiera creído que
la sala estaba desierta.
—Continuad — dijo la voz del pre-
sidente.
—Ciertamente — continuó Benedet-
to— ; hubiera podido ser dichoso en ca-
ga de aquellas buenas gentes, que me
adoraban ; pero mi natural perverso pu-
do más que todas las virtudes que pro-
curaba infundir en mi corazón mi ma-
dre adoptiva. Crecí en el mal y he lle-
gado hasta el crimen; finalmente, un
día que maldecía a Dios por haberme
hecho tan malo y dado tan odioso des-
tino, mi padre adoptivo se acercó a mi
y me dijo : « No blasfemes, desgracia-
do, porque Dios te ha dado la vida sin
oólera | El crimen es de tu padre y no
bayo : de tu padre, que te entregaba al
inferno si hubieses muerto ; a la mise-
ria, si un milagro te volvía a la vida.»
Desde entonces cesó de blasfemar de