Y
y
EL CONDB DE
caudal ficticio o real de unos quince mi-
llones. ¿No es poco más o menos esta
vuestra posición, decís?
—SÍ, sí — repuso Danglars.
—De aquí resulta que con seis meses
como éste — continuó Montecristo con
el mismo tono de imperturbabilidad—,
un capital de tercer orden se encontra-
rá en su hora postrera, es decir, agoni-
zando.
—¡ Oh! — dijo Danglars con sonrisa
forzada—. ¡ Ya lo creo!
—¡ Pues bien ! Supongamos siete me-
ses — repuso Montecristo con el mis-
mo tono—. Decidme, ¿habéis pensado
alguna vez que siete veces un millón y
«setecientos mil francos hacen cerca de
doce millones?... ¿No?... Tenéis ra-
zón ; con semejantes reflexiones nadie
comprometería sus capitales; nosotros
tenemos nuestros hábitos más o menos
suntuosos ; éste es nuestro crédito ; pe-
ro cuando el hombre muere no le que-
da más que su piel, porque las fortu-
nas de tercer orden no representan más
que la tercera o cuarta parte de su apa-
riencia, así como la locomotriz de un
camino de hierro no es, por medio del
humo que la envuelve, sino una má-
quina más o menos fuerte. ¡ Pues bien !
De esos cinco o seis millones que for-
man vuestro capital real, acabdis de
perder dos; no disminuyen, por consi-
guiente, vuestra fortuna ficticia o vues-
tro crédito ; es decir, mi querido Dan-
glars, que vuestra piel acaba de ser
abierta por una sangría que, reiterada
cuatro veces, arrastraría tras sí la muer-
te. Vamos, señor tr Lo ¿ tenéis ne-
cesidad de dinero? ¿Cuánto queréis que
os preste?
—¡ Qué mal calculador sois !—exclamó
Danglars llamando en su ayuda toda la
filosofía y todo el disimulo de la apa-
riencia—. A la hora que es, el dinero
ha entrado en mi caja por otras espe-
culaciones que han salido bien—y agre-
gó—: La sangre que salió por la san-
gría ha vuelto a entrar por medio de la,
nutrición. He perdido una batalla en
España, he sido batido en Trieste ; pero
mi armada naval de la India habrá con-
quistado algunos aa ; mis peones de
Méjico habrán descubierto alguna mina,
—¡ Muy bien ! ¡ muy bien! Pero que-
MONTECRISTO 25
da la cicatriz, y a la primera pérdida
se volverá a abrir,
—No, porque camino sobre seguro—
prosiguió Danglars con el tono y el ade-
mán de un charlatán que, conociéndo-
se vencido, quiere probar lo contra-
rio— > para eso serla menester que su-
cumbiesen tres Gobiernos.
—; Diantre ! Ya se ha visto 'eso.
—¡ Que la tierra no produjese |
—Acordaos de las siete vacas gordas
y siete flacas.
—O que se separasen las aguas del
mar como en tiempo de Faraón; aun
quedan muchos mares, y mis buques
tendrían por donde caminar,
—Tanto mejor, tanto mejor, señor
Danglars — dijo Montecristo—, conoz-
co que me habia engañado, y que po-
déis entrar en los capitales de segundo
orden.
—Creo poder aspirar a ese honor —
dijo Danglars con una de aquellas son-
risas gruesas, por decirlo así, que lo
eran peculiares—; pero ya que hemos
empezado a hablar de asuntos — aña-
dió, encantado de haber hallado un mo-
tivo para variar de conversación—, de-
cidme, ¿qué es lo que puedo yo hacer
por M. Cavalcanti?
—Darle dinero, si tiene un crédito
sobre vos y si ese crédito os parece
bueno.
—¡ Excelente! Esta mañana se pre-
sentó con un vale de cuarenta mil fran-
cos, pagadero a la vista contra vos;
ya comprenderéis que al momento le
entregué esos cuarenta billetes,
Montecristo hizo un movimiento de
cabeza que indicaba su aprobación.
-Pero no es esto todo — continuó
Danglars—, ha abierto a su hijo un
crédito en mi casa,
—Sin indiscreción, ¿cuánto tiene se-
ñalado el joven?
—Como cinco mil francos al mes.
—Sesenta mil al año. Ya sospechaba
yo que esos Cavalcanti no habían de
ser muy desprendidos, ¿Qué queréis
que haga un joven con cinco mil fran-
E al mes?
—Ya comprenderéis que si necesita
algunos miles de francos..
—No hagáis nada de eso, el padre
os lo dejará por vuestra cuenta ; no co-
nocéis a todos los millonarios ultramon-