Full text: Tomo 2 (2)

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agarré al pasamano ; si le suelto, al ins- 
tante me hubiera precipitado. 
» Llegué a la puerta que está 
la escalera ; un azadón estaba apoyado 
contra la pared. Le cogí y me adelatté 
hacia la calle de árboles que está en 
frente de la puerta. Yo llevaba una lm- 
terna sorda; en medio de la plazoleta 
me detuve para encenderla ; en seguida 
continué mi camino. 
»El mes de noviembre tocaba a su 
fin, todo el verdor del jardín lLabía des- 
aparecido, 
» Los árboles se asemejaban a esque: 
letos con brazos descarnados, y las l:o- 
jas secas sonaban sobre la arena a cata 
paso mi0... 
»Era tal mi espanto, que al acercar- 
me al árbol saqué mi pistola > la 1on- 
té. Siempre creía ver aparecer al tra- 
vés de las ramas la figura amenazadora 
del corso... 
»Dirigí la luz de mi linterna sorda al 
árbol; no había nadie. 
»Paseé una mirada alrededor mio; 
estaba completamente solo... , 
» Ningún ruido turbaba el silencio de 
la noche excepto el lúgubre canto de la 
lechuza, que parecía evocar los fantas- 
mas de la noche. 
»Coloqué mi linterna en el suelo, 
en el mismo sitio donde la coloqué ún 
año antes para cavar la huesa. 
»La hierba había brotado más es- 
pesa hacia aquel punto en el otoño, y 
nadie se había cuidado de arreglarla. 
Sin embargo, había un sitio en que no 
había casi nada ; era evidente que allí 
fué donde le enterré. Así, pues, me 
puse a trabajar. y 
»¡ Había llegado al fin aquella hora 
tan esperada hacía un año! : 
»Seguía trabajando, creyendo sentir 
una resistencia cada vez que dejaba caer 
el azadón; pero nada. Y no obstante, 
hice un agujero dos veces mayor ue el 
primero. Creí haberme engañado de sl- 
tio; miré los árboles, procuré conocer 
los detalles que se habían quedado gra- 
bados en mi imaginación ; una brisa 
fría y aguda silbaba al través de las ra- 
mas despojadas de sus hojas, y, SIN em- 
bargo, mi frente estaba bañada en su- 
dor. 
»¡ Me acordé de haber recibido la pu- 
ñalada en el momento de estar aplso- 
al pie de 
ALEJANDRO DUMAS 
nando la tierra para volver a cubrir 18 
huesa ! 
»Al estar haciendo esta operación me 
apoyé contra un sauce; detrás de mí 
había una roca artificial destinada a 
servir de banco a los paseantes, porque 
al dejar caer la mano sentí el frío de 
aquella piedra ; a mi derecha estaba el 
sauce, detrás de mí la roca. Cal ani- 
quilado sobre la piedra, me volví a le- 
ranmtar, me puse a ensanchar el agu- 
jero; nada, siempre nada ; el cofre no 
estaba. 
— No estaba el cofre! — murmuró 
madama Danglars sofocada por el es- 
panto. 
—No creáis que me limité a esta sola 
tentativa — continuó Villefort—, no. 
Registré perfectamente todo aquel lu- 
gar; yo pensé que el asesino, habiendo 
desenterrado el cofre creyó que era un 
tesoro, quiso apoderarse de él y se lo 
llevó ; y que, dándose cuenta después de 
gu error, hizo un agujero a su vez don- 
de lo depositó ; pero nada. Después me 
ocurrió la idea de que tal vez no habría 
tomado tantas precauciones, tirándolo 
en algún rincón. Asf, pues, como para 
esto. tenía que esperar a que apareciese 
la luz diurna, a que se hiciese de día, 
abandoné el jardín. 
—¡ Oh! ¡ Dios mío! 
—Así que llegó el día bajé de nuevo. 
Mi primera visita fué al árbol; espe- 
raba encontrar en él algunas señales 
que se me hubieran escapado durante 
la obscuridad. Yo había levantado la 
tierra sobre una superficie de más de 
veinte pies cuadrados y sobre una pro- 
fundidad de más de dos pies. Apenas 
hubiera bastado un día a un jornalero 
para-lo que yo había hecho en una ho- 
ra. Nada, no vi absolutamente nada. 
Entonces me puse a buscar el cofre por 
donde yo había supuesto que tal vez 
estaría. En consecuencia, me dirigí al 
camino que conducía a la puerta de sa- 
lida ; pero esta nueva investigación fuv 
tan inútil como la primera, y me volví 
al árbol con el corazón oprimido. 
—¡Oh! — exclamó madama Dan- 
glars—, ¡era para volverse loco ! 
—Así lo esperé yo por un momento; 
pero no tuve esa dicha; sin embargo, 
reuniendo mis fuerzas, y por consiguien- 
te mis ideas: ¿Para qué se habrá lle-
	        
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