Full text: Tomo 2 (2)

EL CONDE DE 
la guerra a los ingleses ; allí se encon- 
traron y combatieron uno contra otro ; 
en aquella guerra Zaccone fué hecho 
prisionero, enviado a Inglaterra y echa- 
do a presidio, de donde se escapó a na- 
do. Entonces empezaron sus viajes, sus 
duelos, sus pasiones ; entonces aconte- 
ció la insurrección de Grecia, y sirvió 
en las filas de los griegos. Mientras es- 
taba a su servicio, descubrió una mina 
de plata en las montañas de Tesalia, 
pero se guardó muy bien de hablar a 
nadie de este descubrimiento. Después 
de Navarino, y así que hubo consoli- 
dado el Gobierno griego, pidió al rey 
Otón un privilegio para explotar aque- 
lla mina, el cual se lo concedió. De 
aquí provenía aquella inmensa fortuna 
que, según lord Wilmore, podría ascen- 
der a uno o dos millones de renta, for- 
tuna que podía acabarse de repente, sl 
también la mina dejaba de producir. 
—Pero—preguntó el desconocido—, 
¿para qué ha venido a Francia? 
-——Ha venido a especular en los cami- 
nos de hierro -— dijo lord Wilmore—, 
y después, como es hábil químico y fÍ- 
sico no menos distinguido, ha descu- 
bierto un nuevo telégrafo cuya aplica- 
ción prosigue. 
—¿Cuánto gastará al año? — pre- 
guntó el enviado. 
—¡ Oh! Quinientos o setecientos mil 
francos todo lo más — dijo lord Wil- 
More—; es avaro. 
Era evidente que el odio hacía hablar 
al inglés y no teniendo nada que echar 
en cara al conde le acusaba de avaro. 
-—¿ Sabéis algo de su casa de Au- 
teuil ? 
—SÍ, señor. 
—¡ Y bien! ¿Qué sabéis? ¿Queréis 
decirme con qué fin la ha comprado? 
-—El conde es un especulador que se- 
guramente se va a arruinar en pruebas 
y descubrimientos ; ha creído que hay 
en Auteuil, en los alrededores de la ca- 
sa que acaba de adquirir, una corriente 
de agua mineral qne puede rivalizar con 
las de Bagnéres de Luchon y de Caut- 
terest. Quiere hacer de su adquisición 
un bud haus, como dicen los alemanes. 
Ya ha hecho remover varias veces la 
tierra de su jardín para encontrar la 
famosa corriente de agna; y como no 
la ha descubierto, no tardará en com- 
MONTECRISTO 43 
prar las casas de los alrededores. Aho- 
ra, pues, como yo le detesto y ando 
buscando una ocasión de burlarme de 
él, le observo para ver si se acaba de 
arruinar un día u otro con ese descu- 
brimiento y otras especulaciones, lo cual 
tiene que suceder infaliblemente. 
—¿Por qué le detestáis? — dijo el 
desconocido. 
—¿Por qué?... Porque al pasar por 
Inglaterra ha seducido a la mujer de 
uno de mis amigos. 
—¿ Y por qué no os vengáis?... 
—Ya me he batido tres veces con él 
--—dijo el inglés—, la primera vez a pis- 
tola, la segunda a espada y la tercera 
a sable. 
—¿ Y el resultado de esos duelos ha 
sido... ? 
—Que la primera vez me rompió un 
brazo, la segunda estuvo a pique de 
atravesarme un pulmón, y la tercera 
me ha hecho una herida. 
El inglés bajó el cuello de su camisa, 
que le llegaba a las orejas, y mostró una 
cicatriz, cuyo color rojo indicaba que no 
había sido hecha hacía mucho tiempo. 
—De suerte que le detesto hasta no 
poder más — repitió el inglés-—, y se- 
guramente morirá a mis manos. 
—Pues, según veo, no lleváis el me- 
jor camino — dijo el enviado del pre- 
fecto. 
—+4 Hao! -- dijo el inglés—, todos 
los días voy al tiro, y de dos en dos 
viene a mi casa Grisier. 
Esto era cuanto quería saber el des- 
conocido, o más bien lo que parecía sa- 
ber el inglés. El agente se levantó y 
se retiró después de haber saludado a 
lord Wilmore, que, por su parte, le 
respondió con la gravedad y política 
propia de los har1tantes de su país. 
Lord Wilmore, después de haber oÍ- 
do cerrar la puerta de la calle habiendo 
dado paso al agente, extró en su gabi- 
nete, donde, en menos de dos minutos, 
desaparecieron sus cabellos rubios, sus 
patillas rojas y 8u cicatriz, para dar lu- 
gar a los cabellos negros, a la blanca 
tez y los dientes de perlas del conde de 
Montecristo. 
Es verdad que tampoco fué el envia- 
do del prefocto de policía el que entró 
en casa de Wilmore, sino M. de Vi. 
llefort en persona,
	        
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