Full text: Tomo 2 (2)

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—Caballero — dijo Franz—, tengo 
que pediros un favor. 
—¿ Cuál? 
—Deseo que Alberto de Morcef y 
Raúl de Chateau Renaud estén presen- 
tes al acto de firmar el contrato; bien 
sabéis que son mis testigos. 
—Media hora. basta para prevenir- 
los ; ¿queréis irlos a buscar vos mismo ? 
¿Queréis que los mande llamar ? 
—Prefiero ir yo mismo, caballero. 
—0Os esperaré dentro de media hora, 
barón, y dentro de media hora Valen- 
tina estará pronta. 
Franz saludó a M. de Villefort y 
salió. 
Apenas se hubo cerrado la- puerta de 
la calle detrás del joven, Villefort or- 
denó que avisasen a Valentina que ba- 
jase al salón dentro de media hora por- 
que se esperaba al notario y a los tes- 
tigos de M. Franz de Epiney. 
Esta noticia inesperada produjo una 
ran sensación en la casa. Madama de 
'¡Hefort no quería creerlo, y Valentina 
se quedó más aterrada que si le hubiese 
caldo un rayo. 
Miró a su alrededor como para bus- 
car a quién pedir socorro. 
Quiso subir a ver a su abuelo ; pero 
en la escalera encontró a M. de Ville- 
fort, que la cogió del brazo y la con- 
dujo al salón. 
En la antesala, Valentina encontró 
a Barrois y arrojó al antiguo criado una 
mirada desesperada. 
Un instante después de Valentina, 
madama de Villefort entró en el salón 
con Eduardo. Era evidente que esta 
mujer había tenido su parte en los pe- 
sares de la familia; estaba pálida y 
estaba horriblemente fatigada. 
Sentóse, colocó a Eduardo sobre sus 
rodillas y de cuando en cuando estre- 
chaba con movimientos casi convulsi- 
vos sobre su pecho a aquel niño, en el 
cual parecía concentrarse toda su vida. 
Pronto se oyó el ruido de los carrua- 
jes que entraban en el patio. 
Uno era del notario ; el otro de Franz 
y de sus amigos. 
En un instante todos estuvieron re- 
unidos en el salón. 
Valentina estaba tan pálida que se 
veían dibujar las venas azules de sus 
'ALEJANDRO DUMAS 
sienes alrededor de, sus ojos y de sus 
mejillas. 
Franz experimentaba también una 
emoción bastante viva. 
Chateau Renaud y Alberto se mira- 
ron con asombro; la ceremonia que se 
había concluido poco antes, les pare- 
cía menos triste que la que iba a em- 
pezar. 
Madama de Villefort se había colo- 
cado en la sombra, detrás de una cor- 
tina de terciopelo y como estaba slem- 
pre inclinada hacia su hijo, era difícil 
leer en su rostro lo que pasaba en su 
corazón. 
M. de Villefort, como siempre, im- 
pasible. 
El notario, después de haber arre- 
glado los papeles sobre la mesa, tomado 
asiento en el sillón y puéstose los an- 
teojos, se volvió hacia Franz. 
—¿Vos sois — dijo—, M. Franz de 
Quesnel, barón de Epiney? — pregun- 
tó, aunque lo sabía perfectamente. 
—Si, señor — respondió Franz. 
El notario se inclinó. 
-——Debo preveniros, caballero — di- 
jo—, y esto de parte de Villefort, que 
vuestro casamiento proyectado con ma- 
demoiselle de Villefort ha cambiado las 
disposiciones de M. Noirtier respecto 
a su nieta, y que la desposee de la for- 
tuna que antes pensaba transmitirla ; 
pero es de advertir — continuó el nota- 
rio—, que no teniendo el testador de- 
recho 4 separar más que una parte de 
su fortuna y habiéndolo separado todo, 
el testamento no resistirá el ataque, 
EE será declarado nulo y como si no 
vubiese sido hecho. 
—Sí — dijo Villefort—, pero pre- 
vengo de antemano al señor de Epiney 
que mientras yo viva no será atacado 
el testamento de mi padre, pues mi 
posición no me permite que se arme 
semejante escándalo. 
—Caballero — dijo Franz—, mucho 
me disgusta que se haya promovido se- 
mejante cuestión delante de la señori- 
ta Valentina. Yo nunca me he infor- 
mado de su caudal, que por reducido 
que sea, será más considerable que el 
mio. Lio que mi familia ha buscado en 
la alianza de mademoiselle de Villefort 
conmigo, es la consideración ; lo que 
yo busco es la felicidad.
	        
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