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—Caballero — dijo Franz—, tengo
que pediros un favor.
—¿ Cuál?
—Deseo que Alberto de Morcef y
Raúl de Chateau Renaud estén presen-
tes al acto de firmar el contrato; bien
sabéis que son mis testigos.
—Media hora. basta para prevenir-
los ; ¿queréis irlos a buscar vos mismo ?
¿Queréis que los mande llamar ?
—Prefiero ir yo mismo, caballero.
—0Os esperaré dentro de media hora,
barón, y dentro de media hora Valen-
tina estará pronta.
Franz saludó a M. de Villefort y
salió.
Apenas se hubo cerrado la- puerta de
la calle detrás del joven, Villefort or-
denó que avisasen a Valentina que ba-
jase al salón dentro de media hora por-
que se esperaba al notario y a los tes-
tigos de M. Franz de Epiney.
Esta noticia inesperada produjo una
ran sensación en la casa. Madama de
'¡Hefort no quería creerlo, y Valentina
se quedó más aterrada que si le hubiese
caldo un rayo.
Miró a su alrededor como para bus-
car a quién pedir socorro.
Quiso subir a ver a su abuelo ; pero
en la escalera encontró a M. de Ville-
fort, que la cogió del brazo y la con-
dujo al salón.
En la antesala, Valentina encontró
a Barrois y arrojó al antiguo criado una
mirada desesperada.
Un instante después de Valentina,
madama de Villefort entró en el salón
con Eduardo. Era evidente que esta
mujer había tenido su parte en los pe-
sares de la familia; estaba pálida y
estaba horriblemente fatigada.
Sentóse, colocó a Eduardo sobre sus
rodillas y de cuando en cuando estre-
chaba con movimientos casi convulsi-
vos sobre su pecho a aquel niño, en el
cual parecía concentrarse toda su vida.
Pronto se oyó el ruido de los carrua-
jes que entraban en el patio.
Uno era del notario ; el otro de Franz
y de sus amigos.
En un instante todos estuvieron re-
unidos en el salón.
Valentina estaba tan pálida que se
veían dibujar las venas azules de sus
'ALEJANDRO DUMAS
sienes alrededor de, sus ojos y de sus
mejillas.
Franz experimentaba también una
emoción bastante viva.
Chateau Renaud y Alberto se mira-
ron con asombro; la ceremonia que se
había concluido poco antes, les pare-
cía menos triste que la que iba a em-
pezar.
Madama de Villefort se había colo-
cado en la sombra, detrás de una cor-
tina de terciopelo y como estaba slem-
pre inclinada hacia su hijo, era difícil
leer en su rostro lo que pasaba en su
corazón.
M. de Villefort, como siempre, im-
pasible.
El notario, después de haber arre-
glado los papeles sobre la mesa, tomado
asiento en el sillón y puéstose los an-
teojos, se volvió hacia Franz.
—¿Vos sois — dijo—, M. Franz de
Quesnel, barón de Epiney? — pregun-
tó, aunque lo sabía perfectamente.
—Si, señor — respondió Franz.
El notario se inclinó.
-——Debo preveniros, caballero — di-
jo—, y esto de parte de Villefort, que
vuestro casamiento proyectado con ma-
demoiselle de Villefort ha cambiado las
disposiciones de M. Noirtier respecto
a su nieta, y que la desposee de la for-
tuna que antes pensaba transmitirla ;
pero es de advertir — continuó el nota-
rio—, que no teniendo el testador de-
recho 4 separar más que una parte de
su fortuna y habiéndolo separado todo,
el testamento no resistirá el ataque,
EE será declarado nulo y como si no
vubiese sido hecho.
—Sí — dijo Villefort—, pero pre-
vengo de antemano al señor de Epiney
que mientras yo viva no será atacado
el testamento de mi padre, pues mi
posición no me permite que se arme
semejante escándalo.
—Caballero — dijo Franz—, mucho
me disgusta que se haya promovido se-
mejante cuestión delante de la señori-
ta Valentina. Yo nunca me he infor-
mado de su caudal, que por reducido
que sea, será más considerable que el
mio. Lio que mi familia ha buscado en
la alianza de mademoiselle de Villefort
conmigo, es la consideración ; lo que
yo busco es la felicidad.