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BL” CONDE DE
MONTECRISTO
SEGUNDA PARTE
1.—Los fantasmas.
Examinada por fuera y a primera vis-
ta la casa de Auteuil, nada tenía de
espléndida, nada de lo que se debía
esperar de una habitación destinada al
conde de Montecristo; pero esta sen-
cillez dependía de la voluntad de su due-
ño, que había mandado no variasen el
exterior; mas apenas se abría la puer-
ta, presentaba un espectáculo diferente.
M. Bertuccio había estado sumamen-
te acertado en la elección y gusto de
los muebles y adornos, y en la rapidez
de la ejecución ; así como en otro tiem-
po el duque de Antin había hecho que
derribasen en una noche una calle de
árboles que incomodaba a Luis XIV,
M. Bertuccio había hecho construir en
tres días un patio completamente des-
cubierto, y hermosos álamos y sicomo-
ros daban sombra a la fachada princi-
pal de la casa, delante de la cual, en
lugar de un enlosado medio oculto en-
tre la hierba, se extendía una alfombra
de musgo, que había sido plantado
aquella misma mañana, y sobre el cual
brillaban aún las gotas de agua con que
había sido regado.
Por otra parte, las órdenes habían
salido del conde, que entregó a Bertuc-
cio un plano indicando el número y el
lugar de los árboles que debían ser plan-
tados, y la forma y el espacio del mus-
go que debía suceder al enlosado.
En fin, la casa estaba desconocida y
Bertuccio protestaba que había tan gran
diferencia de como estaba ahora a co-
mo estaba antes, que él mismo se ha-
llaba admirado.
El mayordomo hubiera deseado que
se hicieran algunas transformaciones en
el jardín ; pero el conde se opuso a ello,
y prohibió que se tocase siquiera a una
hoja.
Mas Bertuccio se desquitó, llenando
de flores y adornos las antesalas, las
escaleras y chimeneas.
Todo revelaba la extremada habi-
lidad del mayordomo y la profunda cien-
cia de su amo; el uno para servir; el
otro para hacerse servir; esta casa, de-
sierta después de veinte años, tan som-
bría y tan triste aún dos días antes, im-
pregnada de ese olor desagradable que
se puede llamar olor de tiempo, había
tomado en un día, con los aspectos de
la vida, los perfumes que prefería su
dueño; al entrar el conde tenía bajo
su mano sus libros y sus armas; a su
vista sus cuadros preferidos ; en las an-
tesalas, los perros cuyas caricias le eran
agradables, los pájaros que le divertían
con sus cantos ; toda esta casa, en fin,
despertaba de un largo sueño, vivía,
cantaba, semejante a esas cosas que he-
mos amado por mucho tiempo y en las
que dejamos una parte de nuestra al-
ma si por desgracia las abandonamos.
Los criados iban y venían por el pa-
tio, todos contentos y alegres ; los unos
encargados de las cocinas y caminando
por aquellas escaleras y corredores co-
mo si hiciese algún tiempo que los ha,
bitaban ; otros se dirigían a las caba-
llerizas, donde los caballos relinchaban
respondiendo a los palafreneros que les
hablaban con más respoto que tienen
muchos criados a sus amos.
La biblioteca estaba dispuesta en dos
cuerpos en los dos lados de la pared,
y contenía dos mil volúmenes ; una se-
paración estaba destinada a las novelas
modernas, y la que había acabado de
publicarse el día anterior, la tenía ya