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nia, durmióse bajo la dominación moscovita, y al día
siguiente amaneció convertida en un foco de la in-
surrección.,
La guarnición rusa se vió obligada á retirarse y su-
cediéronse sangrientos combates.
Entre los oficiales del czar había uno que se llama-
ba Constantino, que amaba á mi hija y al que ésta
correspondía.
¿No es esto, Nadeja ?
—$SÍ, padre mio—respondió la joven bajando la Ca-
beza.
—Mi hija—continuó el general Komistroi—no se atre-
vía á confesar el amor que profesaba á un soldado
del autócrata, porque sabía cuán grande era mi adhe-
sión á la causa de Polonia,
No obstante, le amaba mucho.
Lo amó hasta el extremo de ser culpable, y cuando
la insurrección vencida tuvo que abandonar á Varso-
via, cuando al huir de allí me llevé 4 mi hija, ésta
iba á ser madre.
Nos refugiamos en un antiguo castillo que poseía
en unos bosques y en unas soledades en las que los
rusos no habían penetrado nunca.
¿No es verdad todo esto, Nadeja ?
—Verdad es, padre mío—decía Nadeja, y no se atre-
vía 4 levantar los ojos.
El general continuó:
—Una moche experimentó mi hija los dolores que
preceden al alumbramiento.
Aquella misma noche llegó un hombre á caballo al
castillo. Se arrojó 4 mis pies y me dijo:
—Vengo en busca del perdón ó de la muerte. Me
llamo Constantino. Soy capitán del ejército ruso y de-
serté..,
Y como yo le mirase confundido, añadió
—Soy el padre del niño que va á nacer.
Tuve un acceso de repentino furor y quise matar
A aquel hombre que, no contento con asesinar á log
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