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hijos de la noble Polonia; había deshonrado á una
polaca.
El primer lloro de un recién. nacido detuvo mi brazo.
¿No es esto, Nadeja?
—$Sí, padre mío.
Enjugóse el general las dos lágrimas que parecian
"haberse cristalizado en sus mejillas, y luego continuó:
—Perdoné á Constantino y le prometí la mano de
mi hija.
Y cuando hube perdonado, la madre me presentó á
la recién nacida.
Más tarde tuvo un desvanecimiento á consecuencia
de lo laborioso que había sido el parto. y
Cuando recobró el sentido. ni Constantino ni su hija
se hallaban á su lado.
Estaba sola.
Sola, sí, con aquel padre de frente serena que la
decía :
—Constantino os abandonó y vuestra hija ha muer-
ko. ¿No es verdad, Nadeja, que todo esto sucedió así?
—Todo ello es verdad, padre mío-——murmuró la jo-
ven con voz temblona.
—Al mismo tiempo los criados preparaban los equi-
pajes—siguió diciendo el anciano, —y una silla do pos-
ta esperaba en el patio y poco después emprendimos
el viaje.
¿A dónde íbamos?
No lo sabíais y yo no quería decíroslo y ¡cosa ex-
traña! los rusos nos dejaron pasar.
Y, sin embargo, á mí me habían juzgado en re-
beldía y un consejo de guerra condenado á muerte.
Hasta que llegamos á las fronteras prusianas dije
constantemente mi verdadero nombre, y por todas par-
tes nos dejaron pasar.
No nos acompañaban más que dos criados: Nicolás
y su mujer.
En Prusia tuvisteis un nuevo acceso de fiebre y
perdisteigs la razón,