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quiere decir sencillamente que se trata de un hombre
que va á suicidarse.
—Si el corazón se lo dice—replicó fríamente el Mu:
ñeco,—puede que tenga penas de amor.
—A no ser que se trate de algún banquero que dejó
sin camisa á sus accionistas—dijo el expresidiario.
—¡Eb! ¡Buen amigo!—gritó el Muñeco.—¡No hay que
apurarse, que el agua está de buen temple!
En el momento mismo en que el Muñeco decía esto,
y antes de que sus palabras llegasen á lo alto del
puente, hizo la silueta un movimiento muy semejan-
te al de una chimenea de un vapor 303 va á pasar
bajo un puente.
Vióse una cosa negra y larga que volteaba por el
aire,
*Y 4 continuación de esto, el agua, que hasta enton-
ces era tan tranquila, chapoteó golpeada por una cosa
que caía, y se entreabrió ¡abismo pérfido! para engu-
llirse su víctima.
—¡Ya está hecho!—gritó el Muñeco.—¡El señor está
servido!
Y se echó á reir.
El cuarto almadiero, el que estaba sentado á popa
y cuidaba del gobernalle sin haberse mezclado para
nada en la conversación, dió de pronto un grito, aban-
donó la barca y se tiró de cabeza al agua.
—¿Qué irá ese á hacer ahora ?-—preguntó al verlo
el Muerte de los Valientes.
—¡A la quenta va á pescarle!
-—|Imbécil! —dijo el expresidiario.'
Púsose el Muñeco las dos manos delante de la boca
como formando un portavoz y gritó:
—¡Eh! ¡Oye, Estornino! Si lo sacas vivo, no te da-
rán más que quince trancos; ahógalo y te darán digg
francos más.
El almadiero, al que llamaban el Estornino, era un
robusto joven de veintiséis 4 veintiocho años, é intrós