e 110 —
Porque os digo y repito que está consagrada á la
diosa Kalí.
—No lo entiendo.
—Escuchadme, porque creo que no me expliqué con
bastante claridad. Los estranguladores se reconocen por
medio de signos misteriosos, pero nosotros los euro:
peos, los ingleses y los indios no afiliados, no sabría-
mos reconocerlos. Los sectarios de esa extraña reli-
gión pertenecen á todas las clases sociales.
Los hay que son unos cumplidos gentlemans y vi-
ven en Londres, se les ve en el teatro de Covent-Gar-
den, en los alrededores de Buckingham Palace y en
el parque de Saint-James.
Los hay también entre nuestros criados y soldados.
Constituyen, en una palabra, una red que nos en-
vuelve.
Los caprichos de la diosa Kalí, que, como podéis
suponer, no se manifiesta á los humanos más que
por medio de sus sacerdotes, son muy numerosos.
Hace quince años manifestó un deseo de los más
extraños, el de que le fuesen consagradas sesenta jó-
yenes de diez á veinte años, y por consiguiente some»
tidas á eterno celibato.
Y sólo con esa condición, estarían libres del tremens
do lazo de los estranguladores.
--Pero, ¿será posible, general, que esas gentes or:
denen y obedezcáis?
-—Esperad, que voy á deciros de qué manera se ha:
cen las cosas.
Los estranguladores manifiestan la voluntad de su
temible diosa por medio de avisos que una mañana
aparecen clavados en los árboles de los paseos públi-
cos ó en la puerta de los monumentos. Los que anuncia:
ban el último capricho de la diosa, decían lo siguiente:
«Las niñas y las jóvenes elegidas por la diosa Kalí;
serán marcadas con un sello.»
Y desde aquel día todo el que tenía una hija la