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que no halló, en el primer momento, palabras con
qué responder.
Miss Ana era mujer de carácter, y debía realizar lo
que se había propuesto,
Ni las lágrimas de su hermana, ni las súplicas de
su padre, ni hasta mi propia resistencia, porque yo
estaba pronto á sacrificar mi amor, no pudieron con:
moverla,
—Os amo—me dijo,—y quiero ser vuestra esposa.
—¡Y yo os juro que os defenderé!-—exclamé con en-
tusiasmo.
Al fin consintió sir Harris en que se hiciese el ca-
samiento.
Se celebró en Calcuta y se convino en que al día
siguiente abandonaríamos la India.
El general era viejo, necesitaba descanso y obtuvo
fácilmente el retiro,
Entonces fué cuando se verificó uno de los acon-
tecimientos de mi vida, que tienen relación con la
de mi amigo, aquel joven oficial ruso que servía á
la Compañía de Indias.
Ya os dije, Nadeja, que éramos hermanos de armas.
Se llamaba Pedro, y se había casado dos años antes
que yo, con una joven anglo-india, y de esta unión
nacieron dos hijos: un niño y una niña.
Pedro quiso ser uno de los testigos de mi casamiens
to, y su esposa fué una de las damas que acompañas
ron á mi esposa.
El gobernador general, que sabía el peligro que nog
amenazaba, dobló la guarnición de Calcuta.
A un regimiento indígena, en el que se sospechaba
ía muchos afiliados, lo enviaron al interior.
Una vez celebrado el casamiento, mi esposa y yo
nos embarcamos en el buque que debía hacerse al día
Siguiente á la vela con rumbo á Europa.
Sir Harris y Pedro nos acompañaron, y á bordo se
Celebró una gran fiesta, :
> Taberna—$