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Mi nombre os es desconocido—dijo.—Me llamo Ro-
cambole,
Soy un gran culpable que se arrepintió y que trata
de obtener la clemencia celestial-—concluyó con voz
conmovida.
Y se marchó, saliendo con tanta ligereza de la ha-
bitación, que Nadeja y su padre se miraron uno á
otro preguntándose si eran juguete de algún ensueño,
XXVI
Las órdenes de Rocambole se habían ejecutado al pie
de la letra.
El Muerte de los Valientes, el Muñeco y el Guilloti-
nado llevaron á los dos indios á la lancha.
Aquéllos no hicieron la menor resistencia, aparte de
que Rocambole los había atado con tan maravillosa
destreza, que el más hábil juglar indio no consiguiera
quitarles sus ligaduras, sino después de muchos es-
fuerzos é intentos para deshacer aquellos nudos.
No era: esta, empero, la causa de la sumisión de
Gurhi y Osmanca, sino el terror que les produjera al
Oir resonar en sus oídos su idioma natal.
¿Quién era aquel hombre que lo hablaba con tanta
facilidad ?
Apoderóse de ellos un supersticioso temor, y mien-
tras tanto que los llevaban hacia la lancha, dijérone
Se en voz baja:
—Hemos caído en poder de los hijos de Siva.
Para que se comprendan estas palabras es preciso
dar una ligera explicación:
La religión del Indostan admite dos divinidades: Si.
Ya y la diosa Kalí, por consiguiente dos principios
Opuestos: el del bien y el del mal.
Lo mismo que Kalí, la temible divinidad adorada
Por los estranguladores, tiene sus fanáticos; Siva cuen-
la también con los suyos, y éstos precisamente hay