—Creo, 4 fe mía—dijo el Muerte de los Valientes,—
que eso vale la pena de verse. Voy á encender el
farol, pues aunque se gasten dos céntimos de vela,
no se arruinará, nadie,
En la parte delantera de la almadía, había un farol
que los almadieros no encendían nunca más que cuan-
do entraban en los canales ó se acercaban á alguna
exclusa.
Fuera de estos casos, preferían seguir á obscuras el
impulso de la corriente.
Las tinieblas se avenían más con sus hábitos y cos:
tumbres.
Golpeó el Muerte de los Valientes el eslabón y ens
cendió el farol que proyectó un rojizo resplandor ha:
cia adelante de la almadía.
Vieron entonces los almadieros 4 su compañero que
luchaba intentando desasirse de los terribles apretones
del que se ahogaba, y al mismo tiempo salvarle sin
ahogarse él.
Do repente el almadiero que había estado en el pre:
sidio de Tolón, dió un grito;
—¡Es éll—exclamó.
Y lo mismo que había hecho el Estornino, se arrojó
al agua para salvar al que se ahogaba,
II
Tanto el Muñeco como el Muerte de los Valientes,
se quedaron asombrados durante un momento al ver
que su compañero el Notario se arrojaba á su vez
ál agua para ayudar al almadiero el Estornino á, sacar
de ella al que se ahogaba.
—¿Si se tratará de algún príncipe ruso?—dijo el
Muñeco con su acento cínico y burlón.
—Desde luego, para que el Notario se haya mezcla:
do en la cosa puede asegurarse que se trata de un
conocido, pues no es como el imbécil de Estornino;