—Sea—dijo Rocambole llevándola hacia él puente
de Londres.
Era aquel un guadro digno de los pintores de la
escuela flamenca.
Withe-Chapel es un barrio puede que más infecto;
sucio y horroroso que el del Wapping.
La calle en que vivía Gispy era la más triste, estrecha
y sombría, la más sucia é infame de las: calles de
Withe-Chapel.
Cuando pasaba por ella el ángel del cabello de oro;
la joven de mirada de cielo, parecía como que aque-
llas ahumadas y ennegrecidas paredes blanqueaban, que
el negro apestoso lodo del suelo convertíase en un
musgo verde y que el cielo brumoso de la sombría In-
glaterra tornábase tan azul como la bóveda del cielo
oriental.
Estaba situada su habitación en el último piso y era
un cuartito en el que de noche penetraban la lluvia
y el viento, y cuya puerta no tenía llave ni madera
y cristales la ventana.
Y, sin embargo, allí estaban los dos, los que eran'
prometidos esposos desde hacía una hora, los esposos
del día siguiente, Rocambole y Gispy, y se habría di-
cho que era un palacio.
Estaba ella sentada sobre un escabel con las piernas
“cruzadas á la oriental, y él en pie delante, en actitud
¡Fespetuosa y firme, sonriente y grave á la vez.
Alumbraba la escena un cabo de vela colocado so-
bre una mesa.
Hallábase Gispy de espaldas 4 su camastro, al que
Rocambole dirigiera una mirada de compasión.
Habíase quitado la barba postiza y dejado al desk
cubierto su rostro aun hermoso y muy expresivo, y
en el cual las borrascas de la vida habían ahondado
profundas arrugas é impreso un sello de eterna melan:
colía,
Mirábale Gispy, sufría ya aquel ascendiente y extra-