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cafés lo son más aun, y tres veces 4 la semana el
Parque proyecta sus luces sobre la isla que hizo cé-
lebre Eugenio Sué en sus «Misterios de París.»
Los asoladores necesitaban un sitio más retirado;
silencioso y obscuro; una taberna desierta y comple-
tamente apartada de toda otra habitación.
Al guillotinar al marido de la Morena se fué hacien-
do el vacío alrededor de ésta, y entonces fué cuando
se presentaron los asoladores.
Acudía allí también el fugado de la cárcel ó del pre-
sidio que no se atrevía á entrar en París, y que iba
á enterarse antes de arriesgarse.
Allí era, en fin, donde reinaba el Pastelero. .
Era éste un jefe de banda al que los asoladores ha-
bían proclamado rey.
Nadie hubiera dicho, al ver á aquel hombrecillo se-
co y enteco, que estaba dotado de una fuerza poco
común.
Su oficio había sido el de pizarrero y plomero, lo
cual, unido á su agilidad propia de un gato, le permi-
tía encaramarse por las cañerías y tejados de las cCa-
ses en las que se proponía cometer un robo.
Le habían condenado en tiempos á diez años de
reclusión; pagó su deuda y la ley no tenía derecho á
reclamarle nada.
Durante el día era un buen hombre que se dedicaba
honradamente á la pesca del barbo.
La Morena le admitió en su casa como huésped, y
en tiempo de veda, cuando estaba prohibida la pesca,
se dedicaba á reparar sus redes Ó á calafatear su
barca.
Algunas veces, sin embargo, desaparecía durante mu-
chos días y en algunas ocasiones semanas enteras.
Los iniciados ya sabían lo que aquello significaba,
La banda que mandaba el Pastelero tenía ramifica-
ciones en los cuatro ó cinco departamentos que están
en relación con París por medio del Sena, el Marne
Y den canales,