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dilatáronso las narices y todo su rostro dejó traslu-
cir una satisfacción conquistadora.
Esto no tuvo, con todo, más que la duración de un
relámpago.
El recuerdo de Rocambole se interpuso entre él y
la seductora imagen de miss Cecilia,
Aquel salvaje, hombre en la apariencia civilizado;
y cuyo cutis atezado sedujo á una inglesa blanca y
sonrosada, púsose á pensar en su única creencia, en
la diosa Kalí que parecía abandonarle ó por lo menos
dejarse dominar en aquel momento por el dios Siva.
Sir Jorge Stowe vivía como un soltero; tenía coche á
la orden y á su lado únicamente un ayuda de cámara
y lacayo que, como hemos visto, estaba durmiendo en
la antecámara cuando él entró.
El anglo-indio se dirigió á la escalera y subió al
primer piso que se componía de un saloncito de fumar,
de un dormitorio y de otra habitación en la que no
entraba nunca más que el dueño de la casa.
En esta tercera habitación estábale prohibido termi:
nantemente entrar al ayuda de cámara,
Sir Jorge Stowe llevaba siempre colgada la llave al
cuello con una cadenita y. era el único que entraba
y esto en contadas ocasiones.
Tanto el dormitorio como el salón de fumar estaban
decorados á la inglesa.
Aquella habitación reservada habría ofrecido un ex-
traño contraste 'á los ojos de los visitantes si éstos hu:
biesen podido entrar.
Era una sala no muy grande alumbrada con luz ce:
nital como es costumbre en los templos del Indostán.
Cubrían las cuatro paredes una tela adornada con
extrañas pinturas que representaban una de las sesen:
ta encarnaciones de Vichnu.
En los cuatro ángulos veíanse otras tantas divini:
dades indias monstruosas colocadas sobre zócalos de
mármol negro,