Full text: La taberna de la sangre (1)

Ma 
¿—¿Es un ladrón ? 
—Ha dado alguna' puñalada... mo múchas. 
—Está bien, cuando me levante ya veremos—dijo 
Rocambole, y con un gesto quiso despedir al Notario 
y al Muerte de los Valientes, que no decía ni una pa- 
labra. 
El Notario no se movió, sin embargo. 
—El caso es—dijo,—que yo traía unos informes muy 
buenos para los compañeros. 
—¡Ah! 
—SÍ, para poder dar un buen galpe. 
Rocambole se puso á escuchar con mucha atención. 
—El Pastelero dice que, puesto que estáis enfermo— 
prosiguió el expresidiario,—se debe dar el golpe sin 
contar con vos. 
—Está bien— dijo Rocambole estremeciéndose ;—si 
el negocio me gusta, me lo reservo para mí. 
Y dijo esto con un acento de autoridad que llenó 
de entusiasmo al Notario y á su compañero el Muerte 
de los Valientes. 
—No es preciso decirlo porque ya se sabe—dijo el 
Muerte de los Valientes,—un hombre de vuestra clase 
nunca se está con los brazos cruzados. 
—Dejé algunos asuntos pendientes en .Pantin—pro- 
siguió Rocambole,—y voy á enviar á Juan á que se 
informe, ¿qué hora es?—preguntó Rocambole, 
—Las cuatro de la madrugada. 
—Vete; pasarás por la barrera al amanecer—dijo Ro- 
sambole á Juan el Matarife;—y ya sabes lo, que te 
encargué, : 
—Sí, señor. 
—Pues bien, márchate y no pierdas tiempo. 
Juan se dirigió hacia la puerta y se fué. 
—Ahora—dijo Rocambole al Notario,—siéntate ahí, 
compañero, que hablaremos un poco. 
—¿ Referente al asunto en cuestión ? 
—Naturalmente,
	        
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