Ma
¿—¿Es un ladrón ?
—Ha dado alguna' puñalada... mo múchas.
—Está bien, cuando me levante ya veremos—dijo
Rocambole, y con un gesto quiso despedir al Notario
y al Muerte de los Valientes, que no decía ni una pa-
labra.
El Notario no se movió, sin embargo.
—El caso es—dijo,—que yo traía unos informes muy
buenos para los compañeros.
—¡Ah!
—SÍ, para poder dar un buen galpe.
Rocambole se puso á escuchar con mucha atención.
—El Pastelero dice que, puesto que estáis enfermo—
prosiguió el expresidiario,—se debe dar el golpe sin
contar con vos.
—Está bien— dijo Rocambole estremeciéndose ;—si
el negocio me gusta, me lo reservo para mí.
Y dijo esto con un acento de autoridad que llenó
de entusiasmo al Notario y á su compañero el Muerte
de los Valientes.
—No es preciso decirlo porque ya se sabe—dijo el
Muerte de los Valientes,—un hombre de vuestra clase
nunca se está con los brazos cruzados.
—Dejé algunos asuntos pendientes en .Pantin—pro-
siguió Rocambole,—y voy á enviar á Juan á que se
informe, ¿qué hora es?—preguntó Rocambole,
—Las cuatro de la madrugada.
—Vete; pasarás por la barrera al amanecer—dijo Ro-
sambole á Juan el Matarife;—y ya sabes lo, que te
encargué, :
—Sí, señor.
—Pues bien, márchate y no pierdas tiempo.
Juan se dirigió hacia la puerta y se fué.
—Ahora—dijo Rocambole al Notario,—siéntate ahí,
compañero, que hablaremos un poco.
—¿ Referente al asunto en cuestión ?
—Naturalmente,