OS
“—Puedes pedirle un favor.
—No lo dejes por cortedad si es que yo puedo ser-
virte en algo, compañero.
—No, adiós y buenas noches.
Al decir estas palabras soltó el Pastelero las dos mo:
nedas de cien sueldos, que desaparecieron en seguida
en el bolsillo de Lolo.
Se puso en pie, estrechó la mano de óste y la de
la vieja Felipota y se marchó.
—¡Suerte de mi vida! —murmuró cuando estuvo en
la callo.—¡Creo que ya encontró mi venganza!
Sabía de una casa de dormir en la que daban hos-
pedaje sólo por la noche,
Y se fué allá,
El pasar la noche en ella costaba veinte céntimos:
Como el siglo va adelantando y el progreso no se
detiene y había penetrado hasta en aquellas profundi-
dades, ya no existía la cuerda, aquella cuerda bienaven-
turada en la que en tiempos se apoyaba la cabeza.
A la sazón cada cual se acostaba cómo y dónde
podía sobre la paja, un poco fétida, es verdad, pero
en cambio en cantidad suficiente ¡para no levantarse
al día siguiente con el cuerpo demasiado molido.
Tenía, sin embargo, el Pastelero dinero más que su-
ficiente para poder dirigirse á otro sitio, si no más
decente, en el que hubiese al menos más comodidades;
empero, la costumbre es una segunda naturaleza, y
después ¡qué demonio! como suele decirse, tenía que
hacer algunas visitas,
Cuando llegó á Ta casa de dormir, estaba ésta de
bote en bote,
En las salas altas lo dijeron que ya no había sitio
para nadie más,
En el piso bajo únicamente era en donde quedaba
algún lugar,
Dió sus veinte céntimos y entró.
En una sala del piso bajo se hallaban tenidos en