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contra la sociedad y que generalmente atronaban la
taberna con el estrépito de sus ruidosas orgías, guar-
daban á la sazón la mayor compostura, andaban de
puntillas, hablaban en voz baja y no se ocupaban más
que de una cosa: del pronto restablecimiento de Ro-
cambole,
Eran muchos los asoladores que, no habiéndose ha-
llado en la taberna la noche en que lo llevaron á ella,
no le conocían.
X éstos hacían preguntas sin fin,
¿Cómo era?
¿Joven ó viejo?
¿Era buen mozo?
La Marica decía que era hermoso como el sol.
—Pues por esa razón no será para tu pico-—respon-
dió con tono desapacible la Morena, que también te-
nía sus proyectos,
El Muerte de los Valientes procuraba apaciguar la
disputa, afirmando que Rocaimbole tenía un corazón
muy grande y que dos mujeres cogían en él con faci-
lidad.
Al día siguiente de la marcha del Pastelero, se pre-
sentaron en la taberna dos asoladores 4 los que no
había visto por ella hacia mucho tiempo.
Les enteraron de lo que pasaba, pero pareció á, to-
dos que no participaban del entusiasmo general.
Y hasta fruncieron el entrecejo.
—Sois muy libres y podéis hacer lo que creáis más
conveniente—dijo uno de ellos al que apodaban el Gui-
llotinado,
Este apodo tenía su origen en que habiendo sido
condenado á muerte, le conmutaron esta pena por la
inmediata y después se fugó del presidio.
Era un hércules que partía con los dedos una mone-
da de cinco francos.
—Haced lo que queráis-—repitió, —pero no sé por qué
tengo la idea “de que echaréis de menos al Pastelero,
—¡Un holgazán!-—dijo la Morena,