Full text: La taberna de la sangre (1)

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Otros, los más peligrosos quizás y no los menos fo- 
roces ni menos hábiles, eran aquellos -que hasta en- 
tonces habían podido librarse de la acción vengadora 
de la policía. 
Sobre todos ellos había ejercido gran ascendiente el 
Pastelero. 
Si durante un momento lo perdió, lo reconquistó de 
pronto y de una manera tan victoriosa y deslumbra- 
dora, que la obediencia con que hasta entonces ha- 
bíanse cumplido sus órdenes, iba á trocarse en fana- 
tismo. 
Comprendió, ó mejor dicho, adivinó Rocambole todo 
esto, 
Estaba 4 medio vestir, sin armas, con la camisa 
desabrochada, su aristocrática cabeza echada hacia atrás, 
con un movimiento de suprema fiereza. 
Permaneció durante un momento silencioso, tranqui- 
lo, gon los brazos cruzados sobre el pecho. Afron- 
tando con serena mirada la tempestad, miró, sin aban- 
donar su impasgibilidad, 4 aquella masa de hombres, 
y lo hizo con una de aquellas miradas de la que bro- 
taban por millares aquellas chispas magnéticas que le 
hacían dominar los corazones más rebeldes y endure- 
cidos. 
Las vocileraciones se convirtieron de pronto en mur- 
mullos, y éstos cesaron en seguida, 
Aquella mirada pesaba sobre los bandidos como una 
amenaza desconocida y terrible, y hasta el mismo Pas- 
telero se puso pálido. 
Bajó entonces Rocambole el último peldaño de la 
escalera y se fué en derechura al antiguo jefe de los 
asoladores. 
El Pastelero retrocedió. 
—¿Eres tú—Je dijo,—el que sostiene que yo soy un 
soplón (confidente) ó un polizonte? 
Y el acento con que pronunció estas últimas pala- 
bras era tan despreciativo y tan claro que hizo con- 
moverse 4 todos, 
A cb
	        
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