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aquellos hombres escucharon con el más profundo si-
lencio,
Llevó 4 su deslumbrado y fascinado auditorio desde
la cárcel de San Lázaro á las nevadas estepas de Ru-
sia; hizo que adorasen á las huérfanas y odiasen
al señor de Morlux, les interesó por el caballeresco
Agenor y apasionó á aquellos groseros bandidos con
las aventuras de Vanda y de la hermosa Marta.
Aquello fué un triunfo; un entusiasmo rayano del
delirio, y cuando Rocambole concluyó, la causa del
Pastelero estaba completamente perdida, y hasta el Gui-
llotinado se le acercó para darle la mano y decirles
—|¡Perdonadnos, capitán!
«—0Og perdono, pero no quiero ser vuestro jefe—dijo
Rocambole.
Jn grito de doloroso asombro fué la respuesta que
obtuvieron estas palabras.
—No quiero ser jefe más que de gentes que tengan
en mí una confianza ciega 6 ilimitada—añadió Rocam-
bole,
y—¡La tendremos!—gritaron todos á una.
—¿ Queréis que ahora mismo arrojemos al rastelero
al agua?—preguntó el Guillotinado.
-—No—contestó Rocambole,—pero si llego 4 ser vues-
tro jefe, no quiero nada con él.
—¡Que se marche el Pastelero! ¡Fuera de aquí!
gritaron. ¡ ]
El Pastelero no esperó y atravesando por entre la
multitud se dirigió al dintel de la puerta.
.Siguiéronle las rechiflas y gritos de los asoladores.
La Chata se acercó 4 Rocambole.
—¿Y á mí me echáis también?—le preguntó.
—Lo que vas á decirme tú, pero en seguida, es de
dónde has sacado esta niña—respondió Rocambole.
Y cogió á la niña en sus brazos, y la criatura, un
momento antes muy asustada, se sonrió y pasó sus
manitas por el rostro de Rocambole.
:A] ver aquello aplaudieron los asoladores,