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Decir una mentira ó tratar de engañar 4 Rocam-
bole, hubiese sido una locura, y la € hata confesó toda
la verdad. .
— Está bien — dijo Rocambole; — quédate con nos-
otros, porque es preciso que alguien cuide de esta ní'
ña. La adopto y desgraciado del que la toque,
—¡Viva Rocambole!—gritaron los asoladores.
Y Rocambole les dijo:
—Me han hablado estos días de una expedición que
teníais proyectada.
—Si—dijo el Muerte de los Valientes.
—Pues bien; se hará dentro de tres días. Ahora que
todos se estén quietos y tranquilos hasta que llegue el
día.
Y como empezase á amanecer dió orden para que
todos se marchasen para no llamar la atención de la
policía.
-—La verdad —dijo aquella descocada muchacha á la
que llamaban la Marica, saltándole al cuello, —¡es que
sois un gran hombre!
La Morena oyó estas palabras y el ruido de un beso.
Y dirigió 4 la Marica una mirada rencorosa y mur-
muró entre dientes:
-—Más adelante arreglaremos esa cuenta
Rocambole se decía entre tanto:
—Ya está conjurado el primer peligro. ¿Cómo lo
hago ahora para salvar á esas pobres gentes de Vi-
lJeneuve-Saint Georges?
Y se volvió á meter en la cama, quedándose muy
pensativo,
XVL
A los ocho días de ocurrir logs sucesos que hemos
anteriormente narrado, y 4 consecuencia de log cua-
les había recobrado Rocambole toda su popularidad y
su prestigio, veíase una barca que remontaba el Sena
entro Maisons-Alfort y Villeneuve-Saint Georges,
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