Full text: La taberna de la sangre (1)

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La tripulaban cuatro hombres; uno de ellos, el que 
cuidaba del timón, era nuestro nuevo conocido el Muer: 
te de los Valientes. . » 
El otro, aquel hércules al que llamaban el Guilloti- 
nado. 
El tercero, que orientaba la vela con la habilidad 
y ligereza de un consumado marinero, era aquel mu- 
chacho precoz y procaz al que los asoladores llama- 
ban el Muñeco. 
¿Habrá necesidad de decir quién era el cuarto? 
¿ste era Rocambole. 
Se acercaba la noche; no obstante, las últimas cla: 
ridades del crepúsculo permitían aún ver bastante bien 
las dos orillas. 
El viento era bastante fuerte, y, 4 pesar de la ra: 
pidez de la corriente, la barca seguía bastante deprisa 
su camino. 
De pronto el Muerte de los Valientes tocó suavemen- 
to en el hombro á Rocambole al mismo tiempo que 
extendía la mano hacia la izquierda. 
—Allí es. N 
Miró Rocambole y vió una casita aislada en metio 
de yn parque no muy grande, formado por unos cuan- 
tos árboles muy frondosos, ya seculares, y á guyo 
pie se extendía una pradera de verde césped. 
La casita estaba edificada á media ladera y, á pri- 
mera vista, tenía un aspecto honrado y modesto. 
Examinándola, 'empero con más atención, se adivi- 
naba que sus habitantes debían ser de costumbres pa- 
cíficas y gentes bastante excéntricas y vivir do un 
modo distinto de como lo hacía allí la generalidad. 
Todo cuanto dijera el Mueñco hallábase justificado 
por un no sé qué, difícil quizás de explicar, pero que 
se adivinaba en seguida. 
: Miró Rocambole aquella casa, la examinó con mu- 
cha atención y no respondió. 
—Ahí es —repitió el Muerte de los Valientes, 
Winiot cn
	        
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