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que precisamente se hallaban ocultos Rocambole y sus
compañeros, es decir, hacia la brecha de la cerca del
huerto.
—Podéis esperar ahí—dijo,—y cuando el mochuelo
cante tres veces, continuaréis vuestro camino.
Al oir esto, apoderóse una vaga inquietud de Ro-
cambole, que acarició el mango de marfil de un puña-
lito que llevaba bajo la blusa.
XIX
La inquietud de Rocambole era fácil de comprender,
Si los indios penetraban en el huerto por la brecha
abierta en la tapia, no irían á tropezar en aquella
cuerda preparada para hacerles caer.
Aparte de esto, con aquella finura de olfato y de
oído que les caracteriza, podían descubrir 4 Rocam-
bala y á los suyos, y batirse prudentemente en retirada,
Y no era esto lo que quería.
No era su único objeto el de proteger á los dueños
de la villa contra el fanatismo de los estranguladores,
sino que además quería penetrar el secreto y aquel
extraño misterio de unas gentes que, á tres mil le-
guas de su país, perseguían á los enemigos de la dio-
sa Kalí y del dios Siva.
Le pareció una cosa tan extraña aquel pedazo de
la India transportada á Villeneuve-Saint Georges, aque:
llos indios disfrazados de obreros parisienses, lo cre-
yó, decimos, tan extraordinario que quiso apoderarse
de la clave de aquel enigma.
El primero de los indios, es decir, el criado, decía
á sus compañeros:
—Voy 4 retroceder.
—¿ Para qué?
-—Porque no tengo la llave de la verja.
—¡¿Por dónde saliste ?—preguntó Osmanca.
¿Por una puertecilla que se encuentra en lo alto