a $0 da
—Y, sin embargo, ayer estuvo en el baile de la emba-
jada de España.
-—¿Y eso qué prueba?
—Pues que se necesitaría tener mucha audacia para
presentarse ante el embajador de su país con una mujer
que no es esposa sino querida.
—Has de saber, querido—dijo el primero,—que si don
Ramón se casó con esa mujer, fué porque ésta es viuda
de tres maridos, á los que conocí, á4 los tres vivos, y en
la misma época.
—Te estás burlando de mí, barón.
—Por mi honor que te digo la verdad. ¿Quieres que
te cuente la historia de esa rosa deslumbradora? Pues no
es ni rusa, ni inglesa, y estoy seguro de que nació en
París, y, no obstante, fué en Londres en donde la ví por
primera vez.
—¿ Cuándo ?
—Hará unos cinco años. Era entonces la esposa de
lord Harring, que pretendía haberse casado con ella en
Irlanda; y en el Lyceum, lo mismo que en Covent Garden,
producía su presencia tanta sensación como aquí.
—¡¿Y se llamaba lady Harring?
—Lo mismo que aquí hace que la llamen doña Floren*
cia Méndez, como en Constantinopla...
—¡Ah! ¿Estuvo en Constantinopla?
—Sí, casada con el príncipe ruso Kolotine, y, por fin,
un año después la encontré en Marsella, haciéndose llamar
la señora Catelan, y figurando como esposa de un opulen-
to naviero.
—¿Sabes, barón, que es extraño cuánto me cuentas?
—Pues es la verdad, querido.
—Y después de todo, ¿qué probaría? Que viuda de lord
Harring, se casó con el príncipe Kolotine, y viuda de éste;
último, se unió al marsellés Catelan.
—Que habrá muerto á su vez, para dejar el turno á
Ramón, ¿no es así?
—Eso mismo,
—Querido—dijo aquel 4 quien su amigo daba el título
de barón, —ya sabes que no vivo en París, y que siendo
gran aficionado á la caza, me retiré á mi castillo de Lo-
rena en donde paso todo el año, No vengo á París más,
que dos temporadas, y mañana me marcho; de modo que