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0?
h—¿Y qué haríamos si no vinies
»—Le esperaríamos—respondió la irlandesa.
»Poco después oyeron el ruido producido por los cascos
de un caballo que subía la cuesta al trote.
»—¡Ahí estál—dijo Jacoba.
»Y ambos miráronse y se estremecieron.
»¿Cuál de los dos iba á encargarse de decir la verdad
al señor de Maurevers?
»Pocos minutos después entró Gastón en el jardín.
»Los dos criados se habían refugiado en la cámara mor-
tuoria.
»Juliana estaba tendida vestida en su lecho.
»No manaba ya sangre de sus heridas, pero en cambio
las cortinas, el suelo y los muebles estaban llenos de ella.
»Entró el marqués en el hotel.
»Se figuró que iba 4 encontrar á Juliana en el saloncito
del cuarto bajo y empujó la puerta.
,Dió dos pasos en la obscuridad y sus pies se deslizaron
en la sangre.
»Un sudor frío cubrió su frente y se detuvo temblando.
»—¡Juliana! ¡Juliana! ¿En dónde estás ?—dijo.
»No le respondió nadie.
»Llevaba encima una caja de cerillas y encendió una,
»De pronto se escapó un grito de sus labios,
»—¡Sangre!—exclamó.
»Y lanzándose fuera de la habitación repitió
»—¡Juliana! ¡Juliana!
»Subió la escalera saltando de cuatro en cuatro los pel-
daños y empujó la puerta de la habitación en que se háa-
llaba el cadáver de Juana.
»Pálidos, temblorosos 6 inmóviles hallábanse allí los dos
criados al lado del cadáver.
»Habían encendido dos velas, colocándolas encima de
un velador.
»A pesar de la muerte, conservaba Juliana toda su be-
lleza.
»Parecía que estaba durmiendo.
»Dió el marqués un nuevo grito y se arrojó sobre el
cuerpo inanimado.
»Desarrollóse enonces una escena desgarradora,
»¡Juliana había muerto! ¡Y asesinadal