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»Llamó, ereyendo que oirían su voz y la oyeron.
»Juan, el criado inglés, que estaba en el cuarto bajo,
salió al jardín.
»—¡Subel—le ordenó el marqués.—Estoy á obscuras.
»El criado obedeció subiendo con un candelero.
»No hizo más que abrir la puerta, y cuando aun no ha-
bíía dado un paso hacia adelante, se produjo un fenó-
meno más extraordinario que los anteriores,
»Al contacto de la luz de la vela que tenía en la
mano, encendióse todo el cuarto en que se hallaba el
cadáver.
»Del mismo modo que se inflama 'una mina llena de
gas grisú en la que penetra un obrero imprudente con
una luz, se encendió aquella habitación.
»No hubo, sin embargo, explosión, y el criado, al que
se le quemó toda la barba y el pelo, se lechó hacia atrás
con mucha viveza lanzando agudos gritos.
»El marqués, al que también alcanzó el fuego se arrojó
al jardín saltando por la ventana.
»Y lo hizo á tiempo.
»Toda la habitación estaba llena de llamas y convertida
en un horno.
»En medio de tantas emociones no perdió del todo la
cabeza el señor de Maurevers y levantándose magullado
de lesa segunda caída, fuese corriendo á la puerta del ves-
tíbulo, que Juan dejara entreabierta, y entró en el salon-
cito del cuarto bajo, en el que se hallaban el niño y la
doncella, y cogió la cuna sacándola de allí.
»Un minuto más y todo estaba perdido.
»Salía el fuego por las ventanas y se comunicó además
á los cortinajes y tal pabellón del lecho mortuorio de ma-
iera que el cuerpo de la desventurada Juana quedó en-
vuelto en una doble guirnalda de llamas.
»Sólo después de pasado mucho tiempo desde aquella
noche fatal, el marqués de Maurevers, ya más sereno
pudo reunir todos sus recuerdos y reconstruir la trama
borrosa de lo sucedido y explicarse qué era lo que debía
haber pasado.
»A ser verdad lo que dicen las gacetas holandesas, du-
rante el siglo pasado algunos naturalistas descubrieron un
medio bastante regular para coger vivos á ciertos pájaros,