un brasero inmenso y hubo que renunciar á librarlo del
voraz elemento.
»Las llamas consumieron el cadáver de Juliana, lo mis
mo que si la Providencia, con sus secretas miras, hubiese
querido que los hombres no tuviesen conocimiento del
crimen que la moche anterior ensangrentara la casa.
»Al señor de Maurevers, que estaba trastornado y me-
dio loco le llevaron á París.
»Poco después despidió 4 los dos criados ingleses dán-
doles una cantidad muy importante como precio del se-
creto que por otra parte, guardaron fielmente.
»En cuanto al niño lo confiaron á los cuidados de una
' nodriza y gracias á ese niño fué como conocí yo al
marqués de Muurevers é intervine en esa terrible y te-
nebrosa historia que no ha dejado de ser, hasta el pre-
sente, el más indescifrable de los enigmas.
XXXV
»Escribo esta historia para que os enteréis, Rocambole,
de ella, porque sois mi única esperanza.
»Conocéis la de mi pasado; la primera, y sabéis que, co-
mo vos, en mi juventud criminal, fuí el instrumento de
vuestro jefe sir Guillermo (1) y que ignoráis que, como
vos, perseguida por la implacable y justiciera Bacará, me
volví loca.
»Pasé cinco años en un manicomio y de él salí curada
y arrepentida.
» Turquesa la pecadora se convirtió en Eugenia la obre-
ra; la antigua amante de Fernando Rocher y de León Ro-
land, se puso á trabajar.
»Proponíame vivir honradamente.
»No me habían envejecido ni ajado los sufrimientos
morales y físicos, porque seguía siendo hermosa.
(1) Véase «Los dramas de París».—Casa Editorial Maucci