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ligente y dulce en vez de aquella apagada y sin brillo que
tanto me había asustado; recobró la razón y el sueño,
en un principio turbado por continuas y espantosas pe:
sadillas, y volvió á estar como antes tranquilo.
»Un día que me hallaba á su lado, teniéndcme cogida
la mano entre las suyas, me dijo:
»—¿Sabéis que estuve loco, Eugenia adorada?
»Le miré y no me atreví á hacerle ninguna pregunta,
»—Estuve loco, sí, loco de amor—prosiguió, —y durante
dos, tres días, me olvidé completamente de ti... mi ángel
tutelar... olvidé 4 mi hijo... y habría sido capaz hasta
de no acordarme de mi propio nombre.
»Por fortuna—añadió,—creo que todo concluyó y para
siempre... y además no estoy bien seguro de haber que-
rido á una criatura humana... Soy católico, creo en el
infierno y hay momentos en que tengo la convicción
de que aquella mujer era un demonio.
»Tan extrañas palabras me trastornaron.
»—Tranquilízate-—me dijo, —voy á contártelo todo, y ve-
rás cómo no estoy loco.
»El resumen de lo que me contó, es el siguiente:
»Digo resumen, porque en su espíritu había aún algu-
ha incoherencia, y no fué em un solo día en el que
hizo sus conmovedoras confidencias.
»Habfase marchado á Londres en el tren de Jas ocho
que va directamente á Calais.
A las cinco de la madrugada llegaba á Londres y se
apeaba en un hotel francés de la City.
»Descansó muy pocas horas en éste, almorzó muy de-
prisa y pidió un carruaje.
»Sucedía esto á leso de las «loce, y el cochero, al cabo,
dió muestras de gran asombro cuando oyó á Maurevers,
que hablaba perfectamente el inglés y tenía el aspecto
de un hombre de buena sociedad, mandarle que lo lle-
Vase al Wapping.
>El Wapping es un barrio al que no va ningún caba-
llero—le dijo.
»Su asombro se convirtió en estupefacción cuando el
marqués le nombró la taberna del Rey Jorge, verdadera
guarida de bandidos y mujeres perdidas, y le dijo que le
llevase 4. ella,
»Obedeció, sin embargo.