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y en compensación, su oído adquirió una delicadeza de
percepción extraordinaria,
»Le colocaron sobre los almohadones del coche y á su
lado oyó el crujido de un vestido.
»El de la irlandesa, que tomó asiento en el coche.
»Y al mismo tiempo una voz que hasta entonces no
había oído, preguntó:
»>—¿A dónde va, milady? |
»—Al hotel —respondió la irlandesa, |
»Y el carruaje arrancó.
»En aquella parálisis absoluta del cuerpo, y en la que
no obstante gozaba del sentido del oído, Maurevers con-
servaba su presencia de ánimo.
»—¿Cómo se explica—se preguntó, —que esa mujer cu-
bierta de harapos tenga coche?
»¿Y cómo que haya quién la llame milady?
»Parecióle todo aquello tan extraño que habría dado la
mitad de su fortuna por poder abrir los ojos.
»La parálisis le tenía empero bien cogido.
»El carruaje siguió su camino durante diez minutos y
después se detuvo.
»Y Maurevers oyó que abrían la portezuela, entablán-
dose el siguiente diálogo entre la irlandesa y un hombre
que, á la cuenta, habíase subido al estribo del carruaje,
»—¿Qué hay?—preguntó.
Aquí está,
»—¿Se durmió?
»—Como un tronco
»—¿Está ahí?
»—Míirale.
»—Sí, ya le veo; ¡es él, efectivamente!
»—¡En dónde oí esta voz!—se preguntaba mientras tan-
to el señor de Maurevers, |
»El del estribo continuó:
»—¡Si supieses qué celos tengo!
—¡Imbécil!
—No, porque sé que te amará
»—Es probable,
»— ¿Y tú?
»Respondióle la irlandesa con una carcajada.
»Quedáronse ambos silenciosos durante un momento.
»La irlandesa fué la primera que dijo:
»—