j
'
o
.
1
o
o
o
o
o
o
— 159 —
»Ahora, Rocambole—seguía diciendo Turquesa en su
manuscrito, —poco es lo que puedo deciros
»Transcurrieron seis meses y durante este tiempo reco-
bró Maureves por completo la razón.
»Recobró también su alegría habitual y, al mismo tiem-
po que seguía viéndome á escondidas, tanto le domi-
naba el pensamiento de que existían unos enemigos su-
yos que tenían interés en que desapareciesen su hijo
que no dejaba de venir todos los días á mi casa.
»Iba además al club, asistía 4 las carreras de caballos,
á las primeras (representaciones, y pasaba por el hom-
bre más frívolo y dichoso de París.
»A pesar de esto observé que, de vez en cuando, le do-
minaba un vago sentimiento de tristeza.
»Y hasta un día le dije:
»—Es que te acuerdas aún de esa mujer
»— Tal vez--me respondió bruscamente.
»Y me dejó.
Al día siguiente había recobrado su alegría y su tra:
to agradable y no le volví á hablar más de aquello.
Pasaron algunos días y una tarde se me presentó con
el rostro trastornado, la mirada apagada y dando pruebas
de una agitación extraordinaria.
Le miré con espanto.
»Al principio no me quiso decir nada y se puso á be-
Sar y acariciar á su hijo con un furor febril.
'AL fin, contestando á mis repetidas preguntas, me
dijo:
La he visto.
> ¿A quién?-—pregunté temblando.
»>—¡A ella!
»En esta palabra encerrábase todo un poema.
»Ella era Rumia.
»Y observando que me estremecía, al verle tan emocio-
nado, añadió:
Pasó como un relámpago por mi lado, hace un mo-
mento en los Campos Elíseos, en un coche descubierlo...
Lira ella, ¡sí, ella!
"No le respondí porque el miedo me oprimía la gar-
ganta,
»—Puse mi caballo al galope—continuó, y traté de al.