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eanzarla; mas en vano, porque la perdí de vista... ¿en
dónde está? ¡París es tan grande!...
¡Y quieves volver á verla desgraciado!—exclamé.
»Esta pregunta le aterró.
»Y pasó tres días en mi casa sin querer salir y al caba
de ellos me dijo:
»—Creo que esta vez estoy completamente curado,
»Y recobró su carácter de los tiempos pasados.
»Llegó la primavera.
»—¿Quieres que viajemos?-—me dijo un día,
»—¡¿A dónde iremos?
»—A donde tú quieras, á Suiza, á Italia.
Tenía yo tanto miedo de que encontrase á aquella mu-
jer, que acepté con entusiasmo.
Pues bien, mañana fijaremos la fecha de nuestra
viaje—me dijo.
»Nos besó á su hiijo y 4 mí, como de costumbre, y se
separó de mí para marcharse al club, diciéndome:
¡Hasta mañana!
»¡ Mañana! Ese mañana no debía llegar nunca para nos-
otros, pues no le iba á volver á ver.
»Fué aquella noche cuando, al volver 4 su casa, encon-
tró una carta. La leyó y salió apresuradamente tomando
un coche en el bulevar de Mnlesherbes y dando orden
al cochero para que le llevase ú Autenil, en donde perdí
para siempre sus huellas.
XLIT
»No ignoráis, Rocambole, el escándalo que produjo la
desaparición del señor de Maurevers.
»Le buscaron por todas partes; la policía puso en cam-
aña 4 sus más hábiles agentes.
»Todo fué completamente inútil.
»Nadie, £ no ser yo, podía adivinar lo que había sida
del marqués,