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hasta un mes después y que, como se recordará, llegó
por consiguiente demasiado tarde.
Una vez escrita la carta era necesario echarla al correo.
Pero, ¿dónde y cómo?
Abrió el marqués una de las ventanas de la villa.
La ventana daba al prado.
En el momento en que lo hacía, pasaba al pie de ella,
un coche desocupado.
El cochero había á la cuenta acompañado á algún co-
merciante, que le pagó espléndidamente, 4 su casa de
campo, y volvía muy despacio y dejando que el caballo
reposase de esa manera.
Cuando pasó por debajo de las ventanas, llamóle el se-
ñor de Maurevers.
El cochero levantó la cabeza y el marqués vió que tenfa
una fisonomía honrada y franca.
¿Volvéis á Marsella, amigo?—le preguntó el marqués,
—SÍ, señor.
¿Seréis tan amable que queráis echar esta carta al
correo?
—Con mucho gusto, señor — respondió cortésmente el
cochero.
Cogió Maurevers una hoja de papel y envolvió con ella
la carta y una moneda de veinte francos y lo echó todo
al cochero que se había parado al pie de la misma vena
ana.
Al cuarto de hora de ocurrir esto regresó Rumia y le
locura volvió á apoderarse del marqués
Pasóse el día y llegó la noche.
—Vamos á dormir 4 bordo—dijo la gitana.
—Como quieras—respondió el marqués.—Tu voluntad
es la mía, y tus deseos son órdenes para mí.
Esperaron una hora.
Hízose, como decimos de noche; pero fué una noche
de esas obscuras aunque completamente estrelladas, como
no se ven más que en el mediodía.
| Asomada Rumia á una de las ventanas de la villa que
daban á la mar, dijo de pronto á Maurevers:
¿Ves esa luz roja?
—SÍ.
—Pues es el fanal de popa de nuestro brik que salió
ut