— 193 —
poderosa al intolerable olor 4 azufre que oprimió la gar
ganta al marqués; éste se desmayó cayendo sin conoci-
miento en brazos de Rumia súbitamente metamorfoseada
en un monstruo horrible,
Por la mañana navegaba el buque viento en popa por
un mar tranquilo y tan azul como el cielo.
El marqués de Maurevers, que tenía la cabeza
sada y ¡era presa de la fiebre, subió 4 cubie
dole como pel recuerdo de una pesadilla el
do la víspera.
muy pe-
rta persiguién-
de lo ocurri-
Habíase despertado en uno de esos lechos de 4 bordo,
á los que se llama una litera, y no sabía á punto fijo si
había soñado ó no, pero se convenció de esto último
cuando vió comparecer á Rumia sobre cubierta.
La gitana había recobrado su esbelto talle y su hermo-
s0 rostro, al mismo tiempo que su más dulce sonrisa y
su mirada fascinadora.
—¡Oh! ¡Aquí está el durmiente!—le dijo vendo á su
gncuentro,
La miró Gastón con asombro.
—¡Ah! ¿Qué, no es verdad? exclamó
-¿El qué?
“—Que sois enana.
—¡Enana! No, no soy enana, al contrario, paso por una
mujer alta.
—No obstante esta noche...
—¿Qué pasó?
—Perdido hizo que os cambiaseis en un sér deforme,
—¡Perdido!-—-repitió Rumia poniéndose muy pálida al
pronunciar este nombre,
—Sí—dijo el marqués.—¿No se nos apareció esta no-
che pasada, y mientras que os estrechaba en mis brazos,
lo mismo que en París, el fantasma de Perdido?
—No he visto nada—contestó Rumia.
—¿No vísteis al fantasma de Perdido?
—No.
—¡Es extraño!
—Todo lo que ví—dijo Rumia,—fué que os quedásteis
dormido después de cenar.
—SÍ, ya lo sé; pero me desperté al mediar la' noche.
Hermosa jardinera—13