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—No lo sé—respondió Milón;—me dieron orden de que
hiciera esa pregunta y obedezco, porque soy un criado.
—Está bien—dijo Barbichon.
Y Milón continuó:
—Una señora, quizá la madre de ese niño, se presenta-
rá hoy aquí,
—¡Ah!
—Es una señora rubia, que puede tener de treinta 4
treinta y cinco años. Pagará lo que sea necesario y se lle-
vará á su hijo.
El señor Barbichon hizo un gesto, porque no se pierde
con alegría un interno tan bueno.
En aquel mismo momento sonó la campana del recreo
y los internos salieron al patio dando voces y corriendo,
—Miradle, ahí le tenéis—dijo el señor Barbichon, ha-
ciendo que Milón se asomase á una de las ventanas del
despacho para enseñarle 4 un niño de doce á trece años
que jugaba con uno de sus compañeros.
Milón no le pudo ver más que durante un minuto, pero
esto bastó para que, cuando se fué, se llevase grabados
en su memoria los rasgos de la fisonomía del niño..
A la hora de ocurrir esto, delúvose ante la verja del
modesto colegio un .carruaje de blasonada portezuela del
que se apeó una mujer joven y hermosa, que tenía mag
nífica cabellera rubia con matices rojizos,
Preguntó por el director del colegio al que dijo:
—Soy la persona de que os habló esta mañana mi ma-
yordomo y vengo en busca de mi hijo.
Y al mismo tiempo dejó sobre la mesa un billete de
mil francos, añadiendo:
—Ahí va eso por el saldo de nuestra cuenta.
El señor Barbichon mandó en busca del colegial al que
la señora del pelo rojo cogió entre sus brazos haciéndole
muchas caricias.
—¿No me conoces?—le preguntó.
-—No—respondió el niño que estaba muy cortado.
—Soy tu madre, ven—le dijo 6 hizo que la siguiese al
coche, olvidándose de reclamar el modesto equipo del co:
legial.
Una hora después de desarrollarse esta escena se pre:
sen'ó otra señora, rubia también, reclamando también el