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niño confiado por el mayor Avatar al señor Barbichon.
Esta última, que dió un grito al enterarse de que se ha
bían llevado al niño, era Vanda, que adivinó en el acto
la siniestra verdad. El niño estaba en poder de la Her-
mosa Jardinera,
LIV
Mientras tanto que Milón se iba 4 la calle de Postas, el
Muñeco recorría París en un poney-chaise. Sucedía esto
después de las doce y se detuvo ante el café Inglés, que
era en donde acostumbraban á almorzar el barón de Hu-
not, Carlos de S:.. y dos ó tres miembros del club de los
Espárragos. Todos ellos habían sido amigos en otra épo-
ca del infortunado marqués de Maurevers.
El Muñeco entró en la salita del piso bajo y todos le
tendieron la mano extrañándoles no verle desde hacía dos
días.
—Confieso, señores — dijo el Muñeco, — que me hallo
aún bajo la impresión de la lúgubre muerte de ese po-
bre Montgeron y del barón Enrique.
A mí me sucede lo mismo—contestó el barón de Hu-
not que tenía los ojos empañados por las lágrimas.
Pero es el caso—añadió el Muñeco sentándose y pi-
diendo el almuerzo,—que todos los pesares de los que
aquí estamos no resucitarían á los muertos y vale más
que nos ocupemos de los vivos.
¡Prytavin es un filósofo!--observó tuno de los convi:
dados.
—Quisiera hablaros de Maurevers.
—¡Pobre Gastón!—exclamó el barón
—También ese ha muerto—dijo Carlos de S..
—¡¿ Acaso se tuvo alguna vez una prueba indudable de
su muerte?—preguntó el Muñeco. ,
—¡Pardiez! ¡Ya lo eneo! Cómo que han encontrado su
cadáver.
-—Os equivocáis; encontraron una figura de cera que
se le parecía mucho y nada más.
Pero en Londres...
—En Londres dicen que han visto un cadáver que tam-