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verdadero palacio, y en este sótano es donde está la TMer-
mosa Jardinera con sus jardines y sus víctimas. Aun cuan-
do dieseis veinte veces la vuelta á la casa y la recorrieseis
en todos sentidos en su interior, no adivinaríais la exis-
tencia de ese entresuelo.
¡Bah !—hizo el Muñeco que miraba al Español al blan-
co de los ojos.
La verja del jardín está ¡abierta prosiguió aquél, —y
entrando en el jardín, iréis en derechura hasta el pozo que
se encuentra en el centro, y cuando lleguéis, os inclinartis
sobre el brocal, y silbaréis. A vuestro silbido, responderá
otro desde el fondo del pozo.
El Muñeco escuchaba con avidez.
Después de silbar, procurartis desfigurar la voz y gri-
taróis: ¡Figuera! Esta es la palabra que sirve de contrase-
ña, y entonces veréis que el pozo, cuyo fondo está en seco,
se ilumina y que aparece la Hermosa Jardinera, Tendréis
vuestro revólver, y el resto es de vuestra incumbencia.
Pero, ¿y el sótano?-—preguntó el Muñeco, y el Español
respondió:
El sótano está en comunicación con el pozo, por me-
dio de una mina, por la misma que yo entro y salgo.
Quedóse silencioso el Muñeco, meditando acerca de si
sería lo más prudente que le acompañase el Español, para
asegurarse de la exactitud de sus palabras, y de que no
le preparaba una emboscada, ó bien dejarle bajo la cus-
todia de Milón, y al fin se decidió por este último par
tido.
En tu concepto—le dijo, —¿cuánto tiempo necesilo para
ir y venir de Saint Mandé?
Dos horas.
Me tomaré cuatro—prosiguió el Muñeco;—y si para
esas horas no he vuelto, eres hombre muerto, — y salió,
volviendo poco después con unas cuerdas que echó á Mi-
lón, diciéndole: —Vas á atar de pics y Manos á este señor,
quedándote á su lado.
Está bien—dijo Milón atando al Español, que por su
parle, no opuso ninguna resistencia.
En ese reloj son las diez, y si cuando den las dos de
la madrugada no he vuelto, lo matas.
Está bien—dijo Milón com la calma de un soldado