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prusiano que recibe una consigna, y el Muñeco lo dejó
con su prisionero en la sala del piso bajo. Al salir, le
ordenó al cochero:
Ñ Coge un par de pistolas, y haz que el palafrenero
suba á tu lado,
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y El cochero era un robusto mocetón, con cuya energía y
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ly adhesión podía contar el Muñeco.
E Cuando éste se marchó, echó Milón el cerrojo, y lue-
Y go colocó un sillón delante de la puerta, y, con los ojos
fijos en el reloj, esperó con ansia el regreso del joven y
de Vanda.
El Español estaba tendido sobre la alfombra, de cara al
suclo, y las cuerdas, que le sujetaban pies y brazos, lo
impedían todo movimiento.
Dieron las once, las dode y más tarde la una de la ma-
drugada y el Muñeco no volvió. Empezaba Milón á fruncir
el entrecejo cuando de pronto se apagó la única vela que
ardía sobre la chimenea y se apagó por una causa natural;
licgó 4 la arandela de cristal, que saltó hecha pedazos y la
torcida se hundió en la esperma líquida. Buscó Milón en
el bolsillo con que encender otra vela, y no encontrando
nada decidió descorrer el cerrojo de la puerta y salir á la
habitación inmediala, que era precisamente el comedor, y
en el cual debía encontrar cerillas sobre la chimenea, y
,cómo el Español estaba muy bien atado croyó Milón que
Ñ le podía dejar solo un momento, pero esto fué lo suficien-
y te para. que el cómplice de la Hermosa Jardinera pudiera
, encogerse y idejarse caer después con fuerza sobre el pecho.
Con este golpe se reventó una vejiga que llevaba en el
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3 pecho desparramándose por el suelo un líquido misterioso
he del que se desprendió tun olor muy fuerte que oprimió la
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