=$ =
Y a] mismo tiempo, con la bien modelada y enguanta-
da mano, le señaló un asiento á su lado.
Esta mujer tiene el aplomo de una comedianta—se
dijo el Muñeco.
Y entró en el gabinete,
KX
El Mufieco examinó con mucha atención á la mujer en
cuya presencia se hallaba, y que parecía tranquila y SOn-
riente.
En su actitud reposada, mo se revelaba la menor emo-
ción.
—Ya sé, señor de Montgeron, á qué debo vuestra visi-
ta—siguió diciendo la del cabello rojo.
—¡Ah!—exclamó el Muñeco.—¿Lo sabéis, señora?
—Sí, parece que mi marido os ganó una suma de bas-
tante importancia.
El asombro del Muñeco iba trocándose en estupor.
—Y venís á pagarla—siguió diciendo ella, —cómo escla-
vo que sois de la preocupación de que las deudas de
juego deben pagarse en, el plazo de veinticuatro horas.
Al pir esto último, ya no pudo contenerse más el Mu-
Ññeco.
—Creo, señora—dijo,—que hay una mala inteligencia
entre nosotros.
—¡Ah! ¿Qué queréis decir?
—Que no soy el vizconde de Montgeron.
La del cabello rojo se puso en pie, pareciendo á su
vez asombrada.
—¿Que no sois el vizconde de Montgeron?
—No, señora.
—¿Quién sois pues?
—Un amigo del señor de Montgeron.
—¿Y venís de su parte?
Sin duda.
Y al mismo tiempo sacó el Muñeco del bolsillo una
AR