= 49
presión satánica, al mismo tiempo que sus ojos lanzaban
verdaderos relámpagos.
El criado que introdujera tal Muñeco en el gabinete,
oyó la detonación y se acercó á la puerta llamando á
ésta.
—Vete—le dijo su señora,—que no tengo ninguna ne-
cesidad de ti.
Y dicho esto, se acercó á las ventanas que cerró her-
méticamente una tras otra, teniendo mucho cuidado de
correr también las cortinas.
Aproximóse después á la pared opuesta, oprimió un re-
sorte y se abrió una puertecita que estaba oculta entro
los tapices que cubrían las paredes.
La Hermosa Jardinera desapareció por ella.
Quedóse solo el Muñeco agotando sus fuerzas con inú-
tiles tentativas para romper el armazón de hierro que le
oprimía.
Las velas de los candelabros colocados sobre la chime-
nea iluminaban el tocador profusamente,
De pronto atrajo las miradas del Muñeco una especie
de vapor blanquecino que se elevaba desde el suelo en
uno de los rincones de la habitación.
Al principio habríase dicho que era una bocanada de
humo que se desprendía de un cigarro.
Poco después fué creciendo la humareda y tomó las pro-
porciones de una nubecilla, asemejándose á esos girones
de niebla que, después de una lluvia, se arrastran por
el fondo de los valles.
La nube iba aumentando poco á poco de tamaño.
Con gran asombro suyo vió el Muñeco que la nube se
iba acercando poco á poco á Él, al mismo tiempo que
subía hasta el techo.
Poco rato después cubrió la chimenea y la luz de las
velas brilló á través de la nube, como la de unas estre-
llas opacas.
Al mismo tiempo el Muñeco percibía un olor pene-
trante.
Aquella extraña niebla estaba perfumada y seguía avan.
zando cada vez más.
Tardó muy poco en envolver por completo al Muñeco,
La niebla era tibia, y el perfume que de ella se des-
prendía, muy suave, haciéndole experimentar una extra-