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de que me detuve en la India, ó que hallé la muerte,
y si esto sucede, os dejo como herencia, el cumplimiento
del juramento que hice á Turquesa algunas horas antes
de que muriese.
»ROCAMBOLE.»
Cuando terminó la lectura de la carta, en vez de tocar
el manuscrito, Hlamó el Muñeco 4 Vanda.
Leed esto—la dijo.
Milón entró detrás de Vanda.
Y ésta leyó en alta voz la carta de Rocambole.
—Está bien—dijo el ingenuo Milón,—lo que mande y
quiera Rocambole, lo haremos nosotros,
-Y lo haremos con tanto más éxito, por cuanto yo, sin
saberlo, operé ya algo en ese sentido.
'—¿Qué quieres 'decir?—preguntó asombrada Vanda.
Voy á explicarme—respondió el Muñeco.
—Veamos—dijo Milón.
En esa carta que acabamos de leer—siguió diciendal
el discípulo de Rocambole,—se dice que en ese manus-
crito, que aun no conocemos, se trata del marqués Gas-
tón de Maurevers.
SÍ.
—¿No os conté el año pasado el asombro que produjo
la' desaparición del marqués?
Sí, lo recuerdo—dijo Vanda
—Uno de sus amigos—prosiguió el Muñeco,—el viz-
conde de Montgeron, hizo los imposibles para encon-
trarle.
—También lo sabemos.
—Al señor de Montgeron, le mataron ayer en un de-
safío.
—( Quién?
—Un antiguo amigo suyo. El barón Enrique de C...
—Pero, ¿cuál fué la causa de ese desafío ?
—Montgeron amaba á una mujer, á la que odiaba el
barón Enrique.
¿Y esa mujer?
No es ni más ni menos que la Hermosa Jardinera,
en cuya. casa habían encontrado, hará unos tres años,
una figura de cera, que representaba admirablemente el
cadáver del marqués de Maurevers,