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PS. Aa
—Entonces ¿esa mujer está en París?
—Pasé una parte de la noche á ¡su lado.
Y como fuese en aumento el asombro de Vanda y de
Milón, contóles el Muñeco con todos sus detalles su sin-
gular aventura con la pretendida esposa de don Ramón.
—Ahora, deseo que me deis un consejo—dijo.
Y miró á Vanda.
—Habla—dijo ésta.
—¿Debemos leer en seguida ó nos conviene más qua
me asegure de que la Hermosa Jardinera no se ha mar-
chado de París?
—Me inclino hacia esa decisión—dijo Vanda.
—Y yo creo que les lo más conveniente—indicó Milón.
—Pues bien—dijo el Muñeco,—vas á venir conmigo.
—Estoy dispuesto—respondió el coloso.
Por más que el Muñeco tenía casa aparte, conservaba
una habitación siempre preparada en el hotelito de la
avenida de Marignan.
Abandonó el gabinete de Vanda y subió á su cuarto, y
á los diez minutos volvió á bajar, pero completamente
metamorfoseado.
El Muñeco había heredado el maravilloso privilegio de
que gozaba Rocambole de poder cambiar con admirabla
facilidad de rostro, traje y aspecto.
Al verle entrar, no pudo Vanda por menos de son-
reirse.
Consistía su traje, en lun pantalón negro, ceñido por
la rodilla, un chaleco chaquetón de cuadra, con grandes
cuadros rojos, verdes y grises.
Cubría su cabeza una gorrita escocesa, de los mismos
colores, y le caía sobre los hombros una cinta azul de
seda,
—Pareces un lacayo Ó palafranero inglés de los legí-
timos—dijo Vanda.
—Si reconoce á su adorador de la noche pasada—con-
testó el Muñeco echándose á reir, —hay que confesar qua
las estratagemas de Rocambole no sirven para nada.
Milón vestía como siempre, como un hombre pertene-
ciente á la parte más modesta de la clase media, pero
por más que hiciese conservaba siempre algo del antiguo
criado tretirado.
—Ven conmigo—repitió el Muñeco,
——
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