—¿A dónde vamos?
—AÁ casa de esa señora, y tú eres mi tío,
—Está bien.
—Eres un antiguo picador de las caballerizas del du-
que de Chateau-Mailly, que era muy amigo de un duque
español, del de Salandrera. (1)
—¿Y qué más?
—Oíste hablar, de que don Ramón Figuera, quería
montar las caballerizas, y tú, me presentas por si hago
falta.
—¿Y yo qué haré mientras tanto?
—Creo que no tardaré mucho rato en volver—dijo el
Muñeco.
Lo que quiero es asegurarme de que el pájaro no va
á escaparse una vez más.
Y se fué en compañía de Milón.
El hotelito en que había estado el Muñeco el día an-
terior, conservaba el mismo aspecto,
Cuando esto sucedía eran las diez de la mañana.
Las ' ventanas estaban abiertas, y en una de ellas se
veía 4 un criado sacudiendo una alfombra.
Llamó el Muñeco á la verja, y el mismo criado de la
víspera acudió á abrir.
No le reconoció, y le preguntó:
—¿Qué es lo que deseáis, compañero ?
Milón fué el que se encargó de contestar.
—Creo que don Ramón busca un cochero—dijo.
—No lo sé—respondió el criado.
——Quisiera presentarle á mi sobrino,
—El señor salió hace un momento para dar un paseo
zaballo.
—¿A qué hora volverá?
—A las once para almorzar.
Contestó el criado, que no había hecho más que en-
treabrir la verja.
En el momento mismo en que decían estas palabras,
se asomó una mujer á una de las ventanas del cuarto
hajo.
El Muñeco la reconoció en seguida,
Era la Hermosa Jardinera.
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(1) Véase «La muerte del salvajo».--Casa editorial Maucci.