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biera antes, 4 la cuenta para ir á algunos recados en la
vecindad.
Milón sacó un cigarro del bolsillo, y se puso 4 fumar
con mucha tranquilidad,
Un jinete, que se acercó al paso tal hotel, se detuvo de-
lante de léste, y ¡erm tel acto se abrió de par en par la
verja.
Esto hizo que el coloso tuviese tiempo suficiente para
examinarle.
Era el recién llegado hombre de treinta y ocho á cua-
renta años, de tez bronceada y cabello negro.
Llevaba además toda la barba, y su tipo era el espa-
fiol en toda su pureza.
La verja se cerró tras él.
Pocos minutos después, volvió 4 salir el mismo criado;
pero esta vez, se fué en derechura al sitio donde estas
ba Milón.
—¡No deseabais hablar á don Ramón?—le preguntó,
Sí, para presentarle á mi sobrino,
'—¡ Y en dónde está ahora?
—Le envié á un recado,
—¿A dónde?
—Al interior de París, pero volverá muy pronto-—res-
pondió Milón,—y entonces sí que os agradeceré que nos
hagáis hablar á vuestro amo.
—Pues podéis hablarle en seguida.
—¡Oh! Puedo esperar.
—Es que los. señores van á salir.
—¿De veras?—preguntó Milón que se estremecio.
—¿No habéis sido cochera?
—Y lo soy aún; ¿no recordáis que hace un momento os
dije que había sido picador de las caballerizas del señor
duque de Chateau-Mailly?
-¡Calla! ¡Pues es verdad! Pues bien, si no tenéis trabaja
puedo proporcionároslo.
—¿Cómo?
—El cochero está en cama y era el lacayo de la se-
fora el que se encargó de guiar desde hace dos días;
pero como es un muchacho, no tienen confianza en él,
porque los caballos son muy fogosos.
Acordándose Milón de las órdenes que le habían dado,
no vaciló ni un momento, y respondió;