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»Hízose de noche, y los condenados dormitaban con ese
sueño inquieto que es el último.
»El único que no dormía era José Minós, que se acor-
daba de las gargantas y desfiladeros de la montaña, que
ya no volvería á'ver; de sus compañeros de latrocinio, en
su vida aventurera, en toda aquello, en fin, que había
concluído para él.
»Mientras se hallaba en estas cavilaciones, abrióse la
puerta de la cuadra y entraron dos hombres que lleva-
ban uniforme francés, y cuya cara iluminaba la luz rojiza
de un farol.
»La claridad de > despertó 4 todos los prisioneros
que levantaron curiosamente la cabeza,
»Uno de los soldados preguntó:
»—¿Quién es José Minós?
»—Yo—respondió el latrofaccioso,
»Los soldados se acercaron á él y uno de ellos le aesa-
tó las piernas diciéndole:
»—Ponte en pie y en marcha...
»—¿A dónde me lleváis?—preguntó Minós. ¿Pensáis aca-
so ahorcarme antes de que sea de día?
»—No; te llevamos á presencia del jefe que nos manda
que quiere verte,
»Le dejaron las manos atadas á la espalda: y echó andar
entre los dos soldados franceses.
»El duque de Fenestrange estaba alojado en casa del
alcalde.
»A éste, que figuraba también en el número de los pri-
sioneros, debían fusilarle al día siguiente.
»José Minós entró con la cabeza alta en la habitación
en que se hallaba el duque.
»Este se paseaba por la sala en cuyo centro se veía una
cuna.
»Al lado de esta se hallaba un criado dando leche con
biberón 4 un niño que debía tener muy poco tiempo.
»El latrofaccioso no bajó la cabeza ante la mirada fría
y dominante del coronel,
»Este le dijo:
»—¿Quieres que te haga gracia de la vida?
*—¿Y por qué me la queréis hacer?—pregunto asom-
brado. el bandido.
»—Porque tengo necesidad de tus servicios