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siguiendo con curiosa mirada y desde cierta distan-
cia los progresos de las llamas,
Esto tarda mucho,—observó sir Jorge Stowe,
que dió pruebas de alguna impaciencia,
—Sí, tarda más que aquel día en que quemamos
á4 la mulatita, —respondió sir Nively.
—¿Cómo será que el humo no sube?
*—Es extraño,
Y ni al uno ni al otro se les ocurrió que lo que
dificultaba el que ardiese la leña era el aire que
entraba por el cristal roto.
Y Gipsy siguió murmurando el nombre de su
madre y rogando al Dios de los cristianos que la
llevase á su lado.
Había hecho el sacrificio de Su vida, con tanta
inayor satisfacción, porque tenía, á la sazón, que
despreciar al hombre al que había amado tanto,
La acción del aire debía, sin embargo, irse pa-
ralizando poco á poco.
El humo empezó á subir y, la llama llegó á la
parte alta de la pira.
Gipsy dió un grito,
—¡Al fin!—exclamó sir Jorge Stowe,. :
—Todo esto habrá acabado en diez minutos,—
respondió el capitán de cipayos.
Los indios continuaron sus cantos y su frenético,
baile,
Y Gipsy lanzó un segundo grito más agudo que
el primero porque el fuego la llegaba ya á las
piernas,
A este segundo grito, humanamente supremo y,
altima protesta del cuerpo que no quería morir,
mientras que el alma pedía con ahínco el abandono
de la envoltura carnal, respondió otro segundo,
grito.
¡Un grito de libertad, de triunfo!
Oyóse al mismo tiempo la detonación de una
arma de. fuego y silbar una bala,
Estaba ésta sin duda destinada á sir Jorge Sto-
we; pero sea que éste hizo un movimiento al oir
aquel grito, que parecía venir del cielo, sea porque
la mano que empuñaba el arma no hubiese sido
É