que su tío el par de Inglaterra, debía invitarle 4
comer,
Sir Jorge se “dijo:
—Sir Arturo habló y su prima creyó todo lo que
la dijo,
Por su parte, sir Arturo Newil pasó temblandc
esos tres días.
En todos lados creía ver á los estranguladores
y en todas partes se le figuraba oir silbar el terri:
ble lazo corredizo.
Libre del poder de Rocambole, que le dejó que
continuase su camino en cuanto le facilitó cuantos
informes necesitaba para salvar á Gipsy, guardóse
muy bien de volver á la casa que tenía alquilada
ajo el nombre de mister Guillermo.
No se presentó tampoco en la coquetona y ele:
gante habilación de soltero que tenía en Picadilly.
Fuese en busca de hospedaje al Borough, un
barrio de los más populares, y allí se alojó en la
posada de la Cabra Negra, en la que sólo se hospe-
daban caballeros de provincias, comerciantes y, co-
lonos.
Vistióse, una vez allí, como un provinciano aco-
modado, que se dedica durante unos cuantos días
á gozar de las delicias de la capital, para poder ha-
cer luego largos relatos, al lado del fuego, durante
las largas noches de invierno, allá en un antiguo
Castillejo, situado ex el fondo de un apartado con-
dado,
; No le habían vuelto á ver más en las oficinas del
Almirantazgo, ni en Picadilly ó Haymarket,
Por la tarde se iba un momento á tomar el aire á
las orillas del Támesis, calándose el sombrero has-
ta los ojos y embozándose ó levantándose el cuello
del carrik hasta las orejas.
Cuando el miedo monta á la grupa de un hombre,
es capaz de hacer ir á éste al extremo del mundo.
Todo lo que había hecho no era bastante par:
Sir Arturo Newil que, no satisfecho con haberse re-
fugiado en el Borugh, cambiado de nombre, porque
€n la posada de la Cabra Negra hacía que le llamar