Full text: Los estranguladores (2)

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esa fría limpidez que excluye toda idea de burla. 
No soñáis, miss Cecilia, —contestó,—estáis muy, 
despierta, y lo que he tenido el honor de manifes- 
taros es la pura verdad. 
Ha sucedido que en la capital de Inglaterra, na- 
ción civilizada de las que más, hubo un tribunal 
misterioso que condenó á sir Arturo Newil á ser, 
quemado vivo, 
' en ese tribunal, miss Cecilia, figuraba como 
presidente ese hombre cuyo nombre escribí en mi 
tarjeta: ¡sir Jorge Stowe! 
- Dió miss Cecilia un grito, pero como la mirada 
de Rocambole pesaba sobre ella, no se atrevió á 
protestar como tal vez lo hubiera hecho acordán- 
dose quizás de la conversación sostenida con sir 
Arturo Newil. 
Rocambole prosiguió: 
—Podría suceder que dudaseis de mi palabra, 
porque os soy completamente desconocido, pero 
no dudaréis de las afirmaciones de sir Arturo Ne- 
wil, 
Y enseñó aquella carta que el baronet había es- 
Crito bajo la amenaza del cañón de un revólver, 
En ella no había omitido el baronet ningún de- 
talle, Confesaba todo; sus extraños amores con la 
gitana y las misteriosas entrevistas con ésta, su 
Secuestro, y por último su postrera entrevista con 
sir Jorge Stowe. 
Todo tenía un sello tal de veracidad, que miss 
Cecilia se quedó como anonadada, 
No obstante, su amor hablaba aún más alto que 
Su razón. y 
—¿Sabéis, señor, que sir Arturo Newil pretendió 
mi mano ?—preguntó de pronto, 
—Lo sé, miss, 
—¿ Y quién me asegura que esa carta no es una 
calumnia ? 
Si me concedéis tres días, os prometo, miss 
Cecilia, que os enseñaré á sir Jorge Stowe presi- 
diendo una asamblea de Estranguladores, —dijo Ro- 
Cambole con grave acento,
	        
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