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A' popa, y en el único camarote, Gipsy, echada
sobre un montón de paja, dormía con un sueño
tan tranquilo, y estaba tan pálida, que se habría
dicho que estaba muerta,
Arrodillado á su lado y conteniendo el aliento,
la contemplaba el Muñeco.
Y con inocente ingenuidad, murmuró:
—¡Qué hermosa es!
De pronto sintió que se apoyaba una mano en
su hombro,
Volvióse asustado! y ahogó un grito de miedo y de
confusión.
¡El jefe!—exclamó
Rocambole había sorprendido, en efecto, á aque-
llos dos jóvenes, á la que dormía y al que velaba.
La frente de Kocambole no estaba, sin embargo,
sombría, sino que, grave, melancólico y muy emo-
cionado, contempló al Muñeco, y le preguntó:
—¿La amaríais?
Púsose el rostro del Muñeco de color de escarlata
y luego lo ocultó entre las manos, y dos gruesas
ágrimas deslizáronse silenciosas entre sus dedos.
Y Rocambole continuó:
—Oyeme, hijo mío, cuando la casualidad te arro-
jó en mi camino estabas en el fondo del abismo, las
puertas de la cárcel se abrían para tí, y tarde 6
temprano hubieras subido el cadalso.
Pero tienes aún corazón y las personas que lo
poseen pueden salvarse.
El Muñeco se arrodilló á los pies de Rocam-
bole y le besó las manos.
—¡Amala! — dijo Rocambole. —¡Amala, que el
amor purifica y rehabilita!
Y el Muñeco se irguió transformado, con el ros-
tro cubierto de lágrimas, pero con la mirada
brillante y altiva.
—¡ Haré, jefe, cuanto queráis!—dijo con voz des-
conocida.—Íré á donde me mandéis, y, puesto que
lo queréis. seré honrado y bueno, porque sois el
primer hombre que me dijo que tenía corazón!
No menos emocionado alejóse Rocambole, mur-
o
É